Zezenak dira

Entre la tauromaquia que tortura y mata al toro y a veces el torero, y el toro de Tordesillas torturado por el sádico placer de torturarlo, Durango mantiene viva entre nosotros la “sokamuturra”, como simple juego de astucias y quiebros entre la bestia y el ser humano, como una forma de respeto mutuo y amistad.

Cuentan las historias que allá por el final del siglo XIX y comienzos del XX este “deporte” festivo, con el que se adornaban incluso los carnavales en la mayoría de las ciudades, villas y anteiglesias de Euskadi, fue prohibido en Donostia, y la población se sublevó contra tal prohibición, y hubo sus más y menos entre fuerzas del orden como municipales, miqueletes, e incluso el ejército, para hacer respetar esa prohibición.

Pero, contra viento y marea, contra miqueletes, policías y ejército regular, Durango ha mantenido hasta nuestros días sus ‘zezenak dira’ por los Sanfaustos, como el número que define el ADN y personalidad de un pueblo. Será quizá porque la configuración de su callejero antiguo permite a la fiesta transcurrir sin riesgos de fuga de los astados, será quizá porque los mozos que juegan con el toro, los que controlan la soga, toda la intendencia, saben lo que se traen entre manos, y dirigen las carreras sin riesgos ni sorpresas desagradables.

Y ahí están las historias, ahí las leyendas y hazañas de los mozos que han dirigido en los últimos años la sokamuturra durangarra. Toda una serie de personajes que Durango tiene escritos en los anales de su historia con letras de oro. Con su sentido de la fiesta y del riesgo, con su filosofía de los derechos del animal, de la amistad y buen rollo que debe existir entre él y el hombre que juega con él, con su sentido de la fiesta.

Ahí está, y ojalá se conserve, la noche en que desde la torre de Santa Ana baja el fuego a la presa de Pinondo y arde sobre el agua la hoguera como espectáculo de fuegos artificiales “por lo barato”. Ahí también auto sacramental y tragedia griega, la Pasión de la plaza de Santa Ana, y el Palacio de Herodes sobre el arco de la muralla, y el Pretorio de Pilatos al otro lado, y las mujeres de Jerusalén llorando, y el encuentro de la Madre con su hijo cargado con la Cruz.

Porque la fiesta, toda fiesta en Durango, y como enseña y estandarte la sokamuturra de los Sanfaustos, conserva en estos tiempos tan diferentes del pasado todo el sabor de lo ancestral y tradicional, en versión siglo XXI.

Porque tampoco hace falta montar una escandalera y batallitas como la de Tordesillas o la de la que se está viviendo hoy en torno a las corridas de toros, sino más bien volver a la convivencia amigable y serena entre seres vivos, y “saber hacer” las cosas con profesionalidad, con responsabilidad. de manera que los riesgos queden reducidos a cero.

O sea que ¡Felices Sanfaustos y felices zezenak dira’, sapuherris!

Honorio Cadarso es periodista