Quiero ser como Bob Dylan

A veces me gustaría (a
mí y a todo el mundo) ser
como Bob Dylan. Poder hacer lo
que me dé la gana,
dónde y cómo me
apetezca, sin necesidad de
contemplar a nada, ni nadie y,
encima, sin perder nunca la
compostura. 

Guste a quien le guste, y pese
a quien le pese y sin ceder ante
ninguna presión, ya
provenga de miles de
incondicionales que esperan
ansiosos escuchar la
versión más
clásica de ‘Like a Rolling
Stone’ o ‘Blowin’ in the Wind’ o de
millones de americanos que en los
sesenta miraba mal a quien se
cargaba a su espalda el macuto
maldito de la defensa de los
derechos civiles.

La verdad es que el
prolífico músico y
poeta de Minnesota se ha ganado
a pulso, durante más de
cincuenta años de carrera, el
estatus de mito intocable que
está de vuelta de todo.
Pero su indudable y asombroso
genio y talento, su
sabiduría e inteligencia, ha
contado con un aliado esencial: el
viento, que siempre ha soplado a
su favor. 

No me malinterpreten, pero la
la segunda mitad del siglo XX
alumbró a docenas, cientos,
o miles de cantautores, sin duda
brillantes (reconozco que no tanto
como Robert Allen Zimmerman)
pero que acabaron, a veces tras
disfrutar de grandes pero
efímeros éxitos,
relegados. Los unos a planos
más discretos, o al puro
olvido; los otros, menos
afortunados.

Quiero con esto decir, o
escribir, que nosotros mismos,
nuestras vidas, decisiones y
acciones son producto,
además de un proceso
puramente volitivo, de las
circunstancias que nos rodean,
como ya enunciara el
máximo exponente de la
teoría del perspectivismo
José Ortega y Gasset, hace
muchísimo tiempo. 

Parafraseando pues al sabio
filósofo desde el
máximo respeto y,
seguramente, sin el pertinente
rigor, les animo a contextualizar
las últimas medidas
anunciadas por el gobierno del
presidente Rajoy, no para
justificarlas (¡Dios me libre!)
sino para tratar de entender
cómo pueden llegar a
encajar en el credo neoliberal que
predica la Moncloa. 

O lo que es lo mismo, para
llegar a suponer que más
que posiblemente, el Consejo de
Ministros conservador hubiera
preferido no tener, por ejemplo,
que subir los impuestos nunca
jamás. 

Pero la ‘troika comunitaria’, por
supuesto, manda, y, por
extensión, las
circunstancias que imponen
también. Aunque, por otro
lado, son estas últimas las
que permiten al gabinete popular
atacar severamente determinadas
prestaciones de carácter
contributivo, como la de
desempleo, lo cual, si bien encaja
mejor con el ideario del partido, es
algo que ningún gobierno
se hubiera atrevido a ejecutar, ni
aun en las peores circunstancias
imaginables. 

Total que, a pesar de los
pesares, lo cierto es que en estas
circunstancias críticas, no
sólo los John Doe de turno,
sino ni siquiera los gobiernos de
los estados, pueden ser como Bob
Dylan, puesto que hasta sus
competencias soberanas
más celosamente
guardadas, parecen parecen haber
volado entre huracanes financieros
y tempestades monetarias.

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango