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La civilización del desperdicio

Desbordados los contenedores de basura y con la resaca de las fiestas, la vida continúa.

La cara de cemento y ladrillo que mira hacia el monte Oiz se queda sombría muy temprano en estos cortos días. La pasada semana se me ocurrió instalar en el tejado de enfrente un espejo gigantesco para dotar de más luz del salón el ángulo oscuro (Gustavo Adolfo in memoriam).

De su dueño no olvidado, “Txispi” me susurra de vez en cuando al oído lo que estamos llegando a despilfarrar: alimentos, energía, recursos naturales, etc, ´

Él, que vive del soplo de aire que yo le presto tiene autoridad moral para recordármelo.

Cualquier producto de todo a un euro, usar, romper y tirar. Los desperdicios se acumulan. Cada vez que compramos algo, viene envuelto: papel, vidrio, plástico, cartón…

Alrededor de La Tierra gravitan ya miles de toneladas de basura espacial también.

En las playas, en las desembocaduras de los ríos, el invierno nos delata. Ahí va a parar una parte producto de nuestro comportamiento descuidado.

La sociedad industrializada no fomenta precisamente la reutilización, el ahorro o el reciclado. Se tienen que preocupar de ello las instituciones en lo que parece un partido agotador de tenis, o sea, nosotros en un lado y nosotros mismos en el otro.

Alguien dijo que en el siglo XXI no es el capitalismo quien nos explota sino el consumismo, cuando, casi paradójicamente y como afirmó en su día Indira Gandhi, “la peor contaminación es el hambre”.

Crecemos y nos multiplicamos y por lo tanto se incrementan el consumo y los desperdicios: pasearemos entre inmundicias, nadaremos rodeados de porquería y volaremos amenazados por algo más que unas cacas de paloma.

Sin apenas darnos cuenta, ha caído la tarde y el astro rey (éste si que es mago de verdad), se esconde y todas las esquinas de la habitación se vuelven sombrías al perderse el hechizo del cristal, que nos proporcionaba claridad y calor.

En tan sólo unos instantes, “Txispi” se acurruca junto a mí en el sofá, reclamando compartir la manta. –Eres un rácano -me ladra- siempre esperando hasta las ocho para encender la calefacción.

 

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.

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