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Jon Mirande

“Josu bar-Joseph, gaztaroan maite zintudan/ Maitekari hark noradino nau iroan…/ Gaur, Judu-seme, gutartera itzul bazinde,/ gurutzifika zindezaket nik ostera”  “Jesús hijo de José, te amé en mi juventud/ Y a dónde me ha llevado tal amor…/ Si hoy volvieras entre nosotros, vástago de judíos,/ sería yo mismo quien te crucificara de nuevo”.

Estos versos del poeta suletino Jon Mirande (1925-1972) sonaron como trallazos en el auditorio de Zelaieta Kultur Etxea de Amorebieta, en la celebración del Día de la Poesía  del pasado mes de marzo, dentro de un recital dedicado a este singular poeta que junto con Gabriel Aresti provocó un giro de 360 grados en la temática y en la historia de la literatura euskaldun.

Hasta la llegada de este poeta suletino, la literatura en euskera se movía en un universo cristiano como parte esencial de una visión tradicional del mundo y del hombre. Hasta Jon Mirande, la poesía vasca vivió a espaldas de las corrientes universales de la literatura. Pero Jon Mirande hizo su vida en el París cosmopolita de los años 40 y vivió y bebió del clima cultural en el que prevalecían poetas heterodoxos, nihilistas, inmorales o amorales, o desesperados como Edgar Alan Poe, Baudelaire, o de pensadores como Nietzsche.  Y ni corto ni perezoso se apresuró a imprimir a su obra en euskera el sello de modernidad de sus maestros parisinos.

En el auditorio de Amorebieta sonaron elogios al lesbianismo, blasfemias como la que encabeza este comentario,y cantos de alabanza a los dioses egipcios, vikingos, y sobre todo a las divinidades de la mitología euskaldun, a Mari de Anboto y a todas las brujas y brujos quemados/as por los inquisidores.

Jon Mirande abrió el sendero a una nueva hornada de poetas que abandonaron definitivamente la ideología cristiana y tradicional. Detrás de él, Gabriel Aresti se embarcó en una filosofía marxista… y en su obra ‘Maldan Behera’ intenta arrancar a Dios de las entrañas del hombre para arrojarlo al fondo del precipicio: “Enterremos de una vez y para siempre/ al enemigo de los hombres”, proclama el poeta oriundo de Zornotza.

Mirande y Aresti abrieron en la literatura euskaldun un registro nuevo, una visión del mundo y del hombre desde la ausencia y la renuncia a cualquier dios, genuinamente laica y agnóstica. Y al mismo tiempo dejaron libres todos los canales de comunicación entre la cultura vasca y la cultura universal. A partir de ellos, religión y ateísmo, credulidad y agnosticismo, idealismo y esecpticismo tienen carta de ciudadanía entre nosotros.

En estos días en que Bilbao y otros lugares de Euskadi se convierten en un templo al aire libre, poblado de Nazarenos y Dolorosas que desfilan sin cesar con sus cohortes de capirotes y túnicas moradas de penitencia, el vasco de a pie se pregunta a cuál de estos dos pueblos y culturas pertenece, a la que desfila detrás del Santo Cristo, o a la que con Jon Mirande amenaza con volverle a crucificar. O bien a una tercera que se declara neutral y renuncia a posicionarse entre la una y la otra.

En estos días, y en los trescientos sesenta y cinco días de todos los años, el vasco de a pie contempla ese doloroso desfile de personas sin empleo, niños en los huesos que se mueren de hambre en el Sahel, en la India, guerras interminables en Asia y en Africa, miserias y más miserias, esa Pasión y Muerte sin fin  que aqueja a la humanidad, y de la que son víctimas millones de seres tan inocentes como el Cristo del Viernes Santo de Jerusalén.

Y a uno le da por pensar que quizá todas las religiones sirven para interpretar como en un teatro, la historia  del ser humano, que siempre termina en muerte, y en muchas ocasiones se desarrolla en una vida de torturas, injusticias y privaciones.

Pero sobre todo deberían servir todas esas religiones para engendrar en el ser humano una voluntad firme de erradicar del mundo toda injusticia y todo abuso de poder.  
 
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

 

 

 

Honorio Cadarso es periodista

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