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China, ida y vuelta

China no es el paraíso laboral del futuro. Ni siquiera del presente. Hace poco me referí al sobrino de una amiga que había aceptado una oferta de trabajo en ese país y que pensaba pasarse diez años afuera mientras esperaba que desaparecieran los negros nubarrones de la crisis y escampase. Pues bien: su periplo asiático ha durado un par de meses. Ya está de vuelta.

El pobre lo ha visto todo tan siniestro que temía acabar como los protagonistas de ‘El Expreso de Medianoche’, en una catacumba carcelaria inmunda y lejos de sus seres queridos. El miedo ha podido con él. Temor infundado, seguro, pero que con el paso de los días se ha convertido en angustia incontrolable.

Ya fue todo raro desde el principio. La burocracia retrasó su llegada durante cuatro semanas. Después pasó otro mes a la espera de un compañero canadiense, con quien supuestamente iba a compartir habitación, que no llegó. Entre tanto recibió varias visitas incómodas de la policía y citaciones para presentarse en comisaría. La gota que colmó el vaso fue que, tras ser autorizado para viajar a Hong Kong (hay que pedir permiso para cualquier desplazamiento y existen varios tipos de pasaporte con distintos márgenes de movimiento), a su vuelta le comunicaron que le faltaba un papel y que consultarían el caso en sus archivos. Finalmente le autorizaron a entrar pero le comunicaron que estaba en situación irregular.

Demasiado para un joven de veintitrés años criado en la Europa de las libertades. Llamó a su casa, al centro donde había cursado su exclusivo máster de Gestión Hotelera, que fue quien le proporcionó el trabajo, y cogió el primer avión de regreso ante la inseguridad que le causaba su situación.

Su caso no es único. He rastreado un poco el tema y he encontrado este titular atribuido a la corresponsal de EITB en Pekín, Olatz Simón: “En China la más mínima gestión es una odisea”.

Otros testimonios hablan de reservas donde los extranjeros viven en zonas exclusivas de las áreas industriales que acogen a las empresas que les han llevado allí y sin apenas contacto con la población local. Casi nadie aprende el mandarín porque es complicadísimo, razón por la que tampoco se pueden comunicar con los nativos, que no hablan inglés. O sea que ir a trabajar a China es lo mismo que viajar al Caribe alojándose en un ‘resort’. Sin contar con las oscuras amenazas que se ciernen sobre quienes pretendan moverse más de la cuenta.

China no es pues Jauja, ese paraíso americano que hubo que inventarse ante las dificultades de reclutar voluntarios para el segundo viaje de Colón, conocidas las penalidades de los que embarcaron en el primero, y que el dramaturgo Lope de Rueda describió como un lugar donde pagan por dormir, fustigan a quienes insisten en trabajar, los árboles son de tocino y sus hojas de pan fino.

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia

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