“Querida madrina”

Es el saludo que encabeza muchas de las cartas que escribió durante catorce años a su madrina duranguesa. Eran otros tiempos. El uso del email y las redes sociales estaba mucho más restringido, de ahí que la correspondencia fuera postal e incluyera fotos, tarjetas navideñas y calificaciones escolares. Cristina Cujcuj tiene ahora 23 años, se graduó como secretaria oficinista, vive en la capital y trabaja como supervisora en una empresa de lácteos.

‘Cristi’ llegó la pasada semana a Durango junto a Luis Eduardo, su hermano de 20 años. Tuvo la no demasiado frecuente oportunidad de conocer personalmente a su madrina meses atrás en Guatemala y, tras mantener el contacto por Facebook, ésta le invitó a visitar Euskadi.

Su relación con Bateginez se remonta a 1994, cuando ella tenía tres años y el programa de apadrinamientos acababa de nacer. A través de Apsadec, la asociación que se creó en Pochuta como apoyo sobre el terreno, su familia empezó a recibir una bolsa mensual con víveres a cambio de que siguiera estudiando. El acuerdo incluía también ropa y calzado infantil, material escolar, revisiones médicas periódicas y, en caso de necesitarlo, medicinas y vitaminas.

Tortas y siembras de ejote

“Lo más seguro es que no hubiera podido seguir estudiando si no llego a recibir esta ayuda”, recuerda Cristina. Desde muy joven echaba una mano a la mamá y a la abuelita haciendo tortas de maíz para vender o regando las siembras de ejote (una especie de vaina) que su papá cultivaba. Aun así, la joven fue la primera de nueve hermanos que pudo graduarse y salir a trabajar a la capital.

Parte del dinero que empezó a ganar lo invirtió en necesidades básicas de su familia pero también en apoyar a Luis para que pudiera abandonar el campo y graduarse como perito contador. Ambos sufragan ahora los estudios de otros tres hermanos en una especie de cadena solidaria que busca un futuro más esperanzador.

En Guatemala, el salario mínimo decretado por el Gobierno es de 2.500 quetzales mensuales (unos 250 euros), aunque no es extraño ganar por debajo de esa cantidad. ‘Cristi’, por ejemplo, cobra una asignación fija de 2.000 quetzales a la que suma comisiones por objetivos y horas extra. La diferencia con los sueldos de Pochuta, donde los ingresos mensuales raramente superan los 400 quetzales, es más que significativa.

Educación obligatoria

Bateginez ha aprovechado la estancia de la joven para reactivar los apadrinamientos que gestiona desde hace dos décadas en Pochuta. Trata de frenar el ‘goteo’ de bajas de los últimos años con más información sobre un programa que ha permitido a 275 estudiantes guatemaltecos de familias sin recursos completar sus estudios de Primaria, Secundaria y, en el mejor de los casos, de una formación equivalente a la FP de aquí.

Padrinos y madrinas pueden elegir entre cuotas de 200, 225 o 450 euros anuales. Cualquiera de ellas garantiza la educación obligatoria en un municipio donde el trabajo en el campo es básico para la subsistencia y con unos índices de escolarización muy bajos. De hecho, uno de cada cuatro menores de 12 años de Pochuta no asiste al colegio.

Como ‘rostro’ de esta campaña, ‘Cristi’ no ha parado esta semana. Ha ofrecido charlas en centros escolares de la zona, ha dialogado con periodistas y estará presente hoy en una mesa informativa que instalará la ONG duranguesa en la calle. También participó el jueves en un encuentro con medio centenar de durangarras que tienen ahijados y ahijadas en Pochuta.

La joven y su hermano aún tienen días por delante para disfrutar de su estancia en Euskadi. Conocerán Bilbao, Donostia y seguro que también regresan “a las montañas”, esas moles de roca caliza de Urkiola que tanto les han impresionado.