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Un lujo que no está en crisis

Comienzan oficialmente las vacaciones. Parece que es uno de los pocos lujos a los que no les afecta la crisis. Nadie renuncia a tomarse un descanso lejos de la rutina diaria, aunque la mayoría se vea obligada a rebajar el alcance de sus sueños. 

Si rastreamos alternativas sugerentes, vemos opciones francamente curiosas, aunque sólo sirvan para constatar hasta qué punto el deseo humano es insaciable. Desde un exótico hotel africano por cuyo ‘hall’ desfilan tranquilamente los elefantes por mor de haber plantado el establecimiento en sus rutas de paso, hasta un hotel submarino injertado entre arrecifes de coral y desde cuyas habitaciones se pueden contemplar las graciosas danzas de bancos de peces payaso, delfines y otras simpáticas especies. Como salta a la vista, son ofertas que no tienen en cuenta la sostenibilidad medioambiental y que evidencian hasta qué punto, las necesidades que nos hemos creado, el puro capricho, están contribuyendo también a destruir los ecosistemas. ¡Menos mal que el común de los mortales podemos transitar por la existencia con la tranquilidad de no tener la más mínima responsabilidad en estragos de esta clase!

Porque nuestros placeres veraniegos más corrientes consisten básicamente en visitar ciudades turísticas, pasar unos días al sol de la playa o la montaña, darnos algunos caprichos y, sobre todo, olvidarnos del madrugón. Hay quien gusta de viajar y aterrizar en 15 aeropuertos durante 20 días, lo cual no suena muy diferente al agobio cotidiano, pero cada quién es cada cuál, como cantaba Serrat (va por ti, Marta). Y no falta quien aprovecha este período para completar su formación en idiomas o en otras materias. A diferencia del ejemplo anterior, el aplicado alumno escuchará de más de una boca: ¡Pero eso no es descansar! Tal vez no. Pero se trata de una opción muy demandada. Nada menos que 70 universidades del Estado organizan cursos de verano.

Pensándolo bien, hay muy pocos planes relajantes de verdad. No olvidemos que a la vuelta del verano es cuando más divorcios se producen. Imaginemos las semanas previas… A mí sólo se me ocurre un plan perfecto. Confieso que se lo he copiado a la columnista de un periódico. Había pasado sus vacaciones en una abarrotada playa mediterránea con todo el jaleo de hermanos, cuñados y sobrinos… y el calor. Y al volver a su pueblo, era cuando comenzaba a disfrutar (y aquí ya me ponía yo en situación)… de la tranquilidad de las calles semivacías, del fresco de la mañana y de no tener que pegarse por una silla en una terraza. Algún privilegio tienen que tener quienes se quedan ‘a cuidar el pueblo’.

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia

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