Un cuento para Navidad

Aunque el refrán diga que por San Blas, fueron surgiendo en la península desde Africa para estas fechas y cada vez se acercaron más al norte.

Aquella pareja de ???okupas??? se instaló en lo más alto de la torre de Arandoño, desde donde se domina todo el valle.

Inevitablemente, su acogida fue aceptada por muchos y denigrada por los menos -no hacen más que producir y dejar porquería- era el argumento.

Allá por el mes de junio tuvieron dos retoños y consecuentemente, su trabajo se multiplicó.

Las cosas comenzaron a complicarse cuando, llegando agotados de su tarea diaria al nido común, su descanso nocturno empezó a alterarse a causa de las campanadas del gran reloj de carillón. Con la fatiga, paradójicamente, conciliar el sueño se vuelve a veces más difícil- y además están nuestros pequeñuelos.

Acertada o no, el progenitor tomó una decisión y la llevó a cabo: un atardecer cualquiera de verano se encaramó al campanario y en unos minutos logró descomponer el artilugio motivo de los desvelos familiares.

Las pérfidas almas de la comunidad no tardaron en apercibirse del hecho y encontrar culpables- son esos inmigrantes que residen en lo alto. Así que la mejor opción era deshacerse de ellos. Formaron un piquete, descerrajaron la puerta de la torre y subieron. En un santiamén destruyeron un hogar, aniquilando también a la madre y sus dos vástagos.

Un amargo trago tuvo que asumir el padre, cuando al volver de su labor diaria se encontró solo y desahuciado. En agosto regresó a su lugar de origen.

Recuerdo la fecha exacta en que conocí a Milton, un noble muchachote negro. Fue un 3 de diciembre. Llegaba de la Escuela de Medicina de su país con una beca para terminar sus estudios de cardiología con el afán de convertirse en un brillante cirujano. Completaba su jornada con la ocupación de floricultor.

Era alto y enjuto. Su vida no había sido fácil y había enviudado muy joven.

Le veía ir y venir, me cruzaba con él, en bicicleta con el pequeño remolque de artilugios de jardinería. Charlábamos de vez en cuando.

Enamoró a una estudiante local con la que inició una relación estable. Tenía intención de asentarse por aquí.

La fatalidad hizo que nuestra amistad durara poco tiempo. Un día le encomendaron la limpieza de hierbas y malezas de la Torre de Arandoño, así que tuvo que ascender hasta la espadaña para cumplir con el encargo. Un desafortunado traspié hizo que cayera al vacío y fuese a dar con su cuerpo sobre el adoquinado de la calle.

En el estertor, supe que susurró al oído de su compañera algo así como -???lo siento, aunque para tu consuelo te diré que lo que germina dentro de ti  aprenderá pronto  a volar y será un espíritu libre, blanco por el día, y negro por la noche para cuidar de ti como yo te he cuidado???-.                                                                                                   

(A la memoria de Hamilton Naki).

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.