Un auto de fe

El recorrido del Tour de France del año 2013 acaba de ser presentado, mientras Hollywood planea llevar al cine la trama que ha hecho caer a Lance Amstrong desde lo más alto del Olimpo, hasta las entrañas del mismísimo Averno, en medio de la perplejidad de tres cuartas partes del mundo.

Pero creo que no debemos confundir la perplejidad con la mojigatería. Cualquier persona que haya seguido el ciclismo con un mínimo de rigor, más allá de las modas impuestas por las televisiones al alimón de las victorias de los corredores patrios, no habrá de rasgarse las vestiduras ante un caso o una estructura de dopaje.

Pero imagino que sí que debe alucinar con que a Amstrong lo descabalguen de sus victorias diez años más tarde, y sin que conste que haya dado positivo en un control antidoping. Y debemos presumir que durante su carrera tuvo que ser sometido a cientos de controles de esta naturaleza ¿O no?

Quisiera, en este caso, dejar al margen la dimensión humana del personaje. Si Lance nos caía simpático o antipático. Si era huraño y déspota o un ???tío legal???.  Porque, en realidad, lo que ha venido a suceder es que se está sometiendo al ex ciclista a un auténtico auto de fe, como se hacía hace quinientos años con las brujas y los herejes.

Tal y como ocurría en los tribunales de la Santa Inquisición, un puñado de testimonios de compañeros y excompañeros resabiados, y arrepentidos, que se han inmolado, mediante previa concesión de clemencia, ha servido para condenar al mito al desprecio y al ostracismo.

¿No se cuestionan qué ha ocurrido entonces todos los años en los que Amstrong compitió durante cientos de días en pruebas, como el Tour, que habían hecho de la lucha antidopaje su santo y seña? ¿Tenía Amstrong bula y no era controlado? ¿Eran sus muestras manipuladas? ¿Cómo demonios si, durante diez años no ha dado un positivo, pueden, ahora, después de su retirada, montar esta película?

Yo, al menos, no lo entiendo. O sí. Quizá Greg Lemond, quien, dicho sea de paso, no es precisamente amigo de Amstrong tenga razón, y el problema del ciclismo no sea el dopaje sino la corrupción, y que no todos los corredores reciban el mismo trato en análogas circunstancias. Y, seguramente, todas las cúpulas directivas de los máximos organismos internacionales no han actuado con total objetividad en todos los casos con que se han encontrado.

Al fin y al cabo, el ciclismo ha aglutinado, durante las últimas dos décadas, muchos intereses. No sólo deportivos, sino también económicos. Y la dictadura del dinero marca sus normas, y cobra sus peajes, en el momento oportuno, cuando no peligran sus réditos.

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango