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Trabajar por la paz

Los estudiosos de las energías cósmicas dicen que las grandes eras vienen determinadas por ligeros cambios en el eje de la tierra. Parece que nos encontramos en uno de estos puntos de inflexión. En sintonía con esos movimientos, las fuerzas que impulsan la evolución de la humanidad colocan cada vez más su foco sobre actores hasta ahora secundarios en el escenario­­­­­­­­ geopolítico global. Los poderosos dominadores de siempre juegan papeles menos relevantes y la razón de la violencia da, poco a poco, el testigo a la lógica de la resistencia pacífica, el pluralismo y la concordia.

Un hecho que puede simbolizar este devenir es el impacto de la liberación de la disidente birmana San Suu Kyi, después de 21 años de represión y cautiverio.

En medio del clamor mundial, sus primeras palabras destellaban como un espejismo en el desierto: “No guardo rencor a mis captores”, confesaba al tiempo que exhortaba a la muchedumbre que le agasajaba fervorosa: “Nunca perdáis la esperanza”.

Los valores y actitudes que encierran estas declaraciones son, hoy y siempre, la única forma eficaz de derribar los muros del terror y la intolerancia. Aunque su influencia no sea aún determinante.

Nuestro mundo dista mucho de resolver sus diferencias de forma civilizada. Así lo muestra la persistencia de conflictos sangrantes como el árabe-israelí o la violencia marroquí sobre los saharauis, que se ha intensificado de forma alarmante en los últimos días; situaciones kafkianas como la de la iraní Sakineh Ashtianí, pendiente de ejecución a pedradas, y tantos y tantos oprobios y guerras ignoradas excepto por quienes las padecen. A ello se añade el apretado rodillo que aplican las distintas dictaduras a los disidentes. Ocurre en Birmania y en nuestra querida Cuba. Aunque en este último país estamos viendo también gestos esperanzadores, como la liberación de presos de conciencia o la reciente declaración de Raúl Castro en las jornadas preparatorias del próximo congreso del Partido Comunista. Según recoge la prensa, el mandatario cubano acaba de declarar que “la diversidad es fundamental y que la vida se enriquece cuando hay discrepancias”. Nada menos.

En nuestro entorno, también se ha producido un movimiento importante, aunque para muchos no haya resultado ni significativo ni suficiente. Se trata del alegato de Arnaldo Otegi al finalizar el juicio por el mitin de Anoeta: “Rechazamos la violencia para imponer un proyecto político”.

Palabras que allanan el camino hacia la paz y la libertad, todavía jalonado por pesados obstáculos que requieren de mucho empuje para removerlos.

En este momento en que empiezan a decaer los fanatismos, urge, más que nunca, que cuantos más mejor asumamos un compromiso con nuestro tiempo. Por ecología. Debemos hacerlo, además, sin mirar a quién tenemos al lado. Porque los enemigos a combatir están dentro de nosotros mismos: la comodidad, el conformismo y el ansia de venganza.

Durante su baño de masas, Suu Kyi aleccionaba contra esta clase de tentaciones a sus compatriotas: “Los birmanos solemos creer en el destino, pero si queremos el cambio tendremos que hacer el trabajo nosotros mismos”.Un mensaje perfectamente trasladable al momento que vivimos aquí y ahora.

 

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia

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