Ogror en Berdonia

En el bosque vivía un ogro. Tenía acotada su parcela con su guarida. Aunque era un guarro nadie se metía con él porque residía un tanto apartado de la civilización.

Mucha gente sabía que existía aquél gigante verde. Había quienes sugerían integrarlo en la sociedad y darle una oportunidad para regenerarse aunque fuera diferente.

No obstante, la mayoría lo ignoraba porque a ellos no les molestaba ni les importaba en absoluto dicho personaje.

El rey nunca fue a verle, ni sus ministros, y a él tampoco le importó. Sabían que existía pero lo desdeñaban porque nunca se metió con ellos.

Llegó un día en que el gigante se emparejó con una semejante y tuvieron ogritos. Ampliaron su hacienda, crecieron sus necesidades y también sus detritos.

Mientras tanto, los gobernantes de Berdonia, en su magnanimidad, viajaban ellos mismos a lejanos países para visitar campamentos de seres marginados, que tenían que hacer sus necesidades a doscientos metros de sus jaimas y cubrirlas con la arena del desierto, o la hierba junto a las palmeras en los oasis. Era una muestra de solidaridad.

Además dotarían de una partida de monedas de oro de las arcas reales para invertir en artículos de primera necesidad, que harían llegar a los parias de la tierra.

Sin embargo, dentro de los propios dominios de la realeza, hasta tal punto llegó el desaliño y la guarrería en aquella parte del bosque habitada por unos raros especímenes, que el zorro salió de su madriguera una mañana y lanzó una soflama aplaudida a rabiar por el resto de animales del bosque.

Unos quisieron lapidar a la familia ogruna, y otros, encabezados por el raposo, formaron un largo reguero nocturno de antorchas encendidas, para dirigirse al castillo del monarca exigiendo una solución.

Ante el puente levadizo, dos perros silvestres vieron la comitiva y el más viejo le dijo a su colega:

-“Cuando no sepas a dónde vas, párate y mira de dónde vienes” (proverbio senegalés).

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.