No importa un pepino

Hay personas, colectivos, e incluso instituciones, a las que, a veces, nos ???importa un pepino???, porque cuesta poco, vituperar y desacreditar productos, bienes y servicios ajenos; cargar contra la fama, estima y honorabilidad de otros individuos e, incluso, arengar a las masas, llenándolas de alarma, dotándolas de un chivo expiatorio que sirva de cortina de humo frente a nuestra falta de diligencia y pericia. Pero debemos recordar que una cosa es que cueste poco, y otra, bien distinta, que salga gratis.

Miren por donde, la caída y el auge de esa noble y honorable hortaliza que es el pepino, y sus más recientes avatares, sirve para ilustrar las nefastas consecuencias de una realidad, la que resalta la capacidad de los hombres, y de las mujeres, de zaherir irreflexiva e injustamente al prójimo, inherente a la parte más mezquina del ser humano.

A las autoridades sanitarias alemanas y europeas, por ejemplo, poco les ha costado precipitarse en enjuiciar y condenar al pepino español por resultar portador de no sé qué virus o bacteria (o algo parecido) que ha acabado con la vida de varios de sus ciudadanos.

Pero lo han hecho de un modo precipitado, sin reparar en las consecuencias que ello pudiera generar en los productores, y??? equivocado. Resulta que, ahora, tienen que dar marcha atrás en sus apreciaciones. Pero, afortunadamente, todo no ha de quedar ahí.

Los principios generales del derecho que informan la práctica totalidad de los ordenamientos jurídicos de occidente, exigen que, quien, con su proceder voluntario o negligente, produce, injustamente, un daño a otro, viene obligado a reparar el daño causado.

Por ello, ahora, los que denostaron al humilde pepino ibérico, se rascan los bolsillos hurgando en fondos destinados a atender a la salvaguarda de necesidades catastróficas, para conseguir algunos millones de euros con los que restañar la herida inferida por su negligencia e irreflexión.

Y aunque, como dicen, con las cosas de comer no se juega, el ejemplo debería servirnos para que, en ocasiones, atemperemos los ánimos y, antes de decir, o escribir (que también yo he de aplicarme el cuento) algo que puede llegar a generar un perjuicio a terceros, no estaría de más que tomásemos un minuto de sosiego para tratar de determinar el alcance de nuestra expresión, sobre todo, en el supuesto de que ésta estuviese construida sobre una base equivocada, o sea, que nos lo pensásemos un par de veces antes de ???largarlo???.

Haciéndolo no estaríamos, únicamente, autoprotegiéndonos en lo económico, sino que, además, contribuiríamos a algo tan importarte como a la reducción de afecciones a sentimientos, y a la rebaja de la crispación que define, en estos momentos, las pautas de conducta de los humanos del siglo XXI.

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango