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Homosexuales

Hace cinco años se celebró el primer matrimonio homosexual en el Estado. Algunos medios de comunicación han aprovechado la circunstancia para proclamar el fin de la marginación a gays y lesbianas, apoyándolo en reportajes sobre la feliz vida conyugal de parejas famosas que dieron el paso. Muchos agradecerán esa lectura positiva pero, como asegura un pensamiento atribuido a San Bernardo de Claraval, “El infierno está empedrado de buenas intenciones”.

Porque es verdad que las parejas homosexuales ya no causan tanto revuelo en las vecindades por la protección legal y presencia pública que les ha otorgado la ley que les ampara. Pero es igual de cierto que en aquellos espacios donde el macho ibérico campa a sus anchas se ridiculiza tanto o más que antes al ‘maricón’, calificativo que todavía sigue empleándose como insulto, por cierto. Las lesbianas se libran un poco de los vituperios, gracias a su invisibilidad social. Sugerir siquiera, por tanto, que los problemas de gays y lesbianas por su condición sexual ya han pasado a la historia es poco menos que ignorar la realidad. O, peor aún, buscar un argumento para seguir alimentando el morbo, a lo que son muy proclives los medios de comunicación, pues es lo que ‘vende’.

Las parejas homosexuales continúan enfrentándose hoy a parecidas dificultades que antes. Ello a pesar del esfuerzo mental de muchos por verlas y tratarlas con normalidad; a pesar de que los educadores están echando el resto en las aulas en pos de la normalización; a pesar de la capacidad de sobreponerse a la adversidad de que hacen gala sus familias…

Pero, aunque la ley no ha conseguido derribar los prejuicios, ha aportado algo decisivo: ofrecer a estas relaciones un clima donde pueden crecer y florecer, sorteando obstáculos como la clandestinidad y la presión social que señalaba la heterosexualidad como la única opción posible.

Frente a esto, los sectores reaccionarios de la sociedad tratan de destruir la recién adquirida tolerancia con su incombustible empeño en demonizar al colectivo gay. Se le acusa de promiscuidad, de frivolidad y de todo lo peor. Incluso, se le asocia directamente con la pederastia. Se juzga y se condena. Sin escuchar, sin conocer y sin saber. Todo apoyado en ideas sectarias que ignoran, por ejemplo, que en 1990 la OMS dejó de considerar la homosexualidad como enfermedad.

Esos fundamentalistas, apoyados por ‘hombres de ciencia’ de su cuerda, siguen promoviendo manifestaciones masivas y soluciones psiquátricas contra la homosexualidad, sin importarles que su morralla ideológica y los tratamientos médicos destrocen psicológicamente a las víctimas de sus invectivas…

Homosexuales, los ha habido desde la noche de los tiempos. Forma parte de la condición humana. Y de la libertad de elección personal. Y, desgraciadamente, también existirán talibanes que nunca asumirán que lo importante en esta vida es ser persona y realizarse plenamente. Sin importar qué profesión, qué país o qué pareja se escoja para transitar ese intrincado camino.

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia

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