Alcohol y fiestas

Estamos en plenas fiestas y todas las mañanas las calles aparecen salpicadas de restos del consumo masivo y desmedido de bebidas alcohólicas. Día a día, la juerga nocturna se salda con destrozos en el mobiliario urbano y el patrimonio particular.

Vómitos, orines, excrementos humanos, compresas, condones, pelucas, zapatos y vasos se adhieren a las suelas de los animosos aficionados a las zezenak-dira. Y todo esto no sólo ocurre en las calles céntricas. Las urbanizaciones aisladas tampoco se salvan de los excesos. Hoy día, y por razones difíciles de entender, las zonas oscuras y retiradas se han convertido en refugio de adolescentes parrandistas. ¿Será para alejarse de miradas indiscretas? Paradójicamente, unos padres que tienen a diario poco tiempo para sus hijos adolescentes se angustian en estas ocasiones. Como si las amenazas acecharan sólo cuando el desmadre es evidente.

El alcohol forma parte de nuestra vida. Acompaña nuestras celebraciones y actúa como ansiolítico social para aliviar las tensiones cotidianas. Es barato y asequible. Los chavales ven continuamente a los adultos consumirlo. Muchas veces, también exageradamente. Se trata, en fin, de la única droga aceptada socialmente y de uso universal. Lo preocupante es que su consumo se inicia a edades más tempranas y de forma recurrente. Se beben cantidades abusivas y mezclas explosivas, con efectos cada vez más deletéreos. Y este hábito representa la puerta de entrada a adicciones más devastadoras.

Las instituciones han actuado prohibiendo y controlando la venta de alcohol a menores, aprobando ordenanzas que prohíben beber en las calles y obligando a los bares a adelantar el horario de cierre. Todo eso está muy bien, pero no es suficiente.

Nuestra sociedad tiene pendiente un debate serio sobre esta cultura autodestructiva de la diversión. No hay que olvidar que, aparte de daños irreparables a la salud física y psíquica, el alcohol es la causa de muchos accidentes mortales de tráfico y laborales. Además, actúa como catalizador de todas las formas de violencia.

¿Por dónde empezar? Algunos especialistas recomiendan aprovechar el cambio de paradigma familiar. La estructura patriarcal y su sistema de organización vertical va dejando paso a un esquema participativo de convivencia. En virtud del mismo, cada cual aporta su cuota de participación al bienestar del conjunto, sobre la base de la confianza- comunicación y la responsabilidad- compromiso. Esto, naturalmente, exige tiempo, trabajo y perseverancia por parte de los progenitores.

Al mismo tiempo, las instituciones, que ya han comenzado a activar programas nocturnos alternativos de ocio juvenil, deberían echar el resto en el impulso de formas de diversión más saludables para los adolescentes

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia