¿Todos chinos?

Esta aldea global en que se ha convertido nuestro planeta está sometida a los imperativos del mercado de trabajo y la economía china. Un país que crece a ritmos vertiginosos superiores al 10% de su PIB, mientras los países desarrollados casi se han estancado, al amparo de un sistema económico cuyos grandes beneficiarios son el estado y una exigua minoría de allegados al aparato estatal. China se ha aupado este año a la categoría de segunda potencia económica mundial, desplazando al Japón y situándose a muy poca diferencia de los Estados Unidos.

Ya no es la burbuja inmobiliaria el problema, sino un mercado de trabajo totalmente desregulado, en el que los obreros chinos trabajan con salarios bajísimos y horarios larguísimos, y unos precios de mercado bajísimos, y los precios de los productos chinos resultan mucho más baratos que los de los países desarrollados.

Para las empresas europeas y americanas, la solución está o bien en rebajar los salarios y costes laborales hasta el nivel de los chinos, o bien en trasladar sus fábricas a ese territorio. Se tiene noticia de no pocas empresas vascas que se han instalado en China y producen las mercancías que luego venden en Europa y en todo el mundo.

En el año 2003, bajo el mandato del social demòcrata Gerhard Schröder, Alemania alumbró una Agenda 2010 cuyos objetivos eran recortar el montante de las pensiones y prestaciones sociales, entre otras el seguro de desempleo, y frenar la subida de los salarios. Los efectos de esta Agenda se han hecho notar en los últimos años, y, con la ayuda de un descenso del euro en su cotización frente al dólar, han dado lugar a un espectacular crecimiento de las exportaciones, de las cuales casi la mitad se dirigen hacia los otros países de la UE.

Según la OCDE, “las desigualdades salariales y la pobreza se han desarrollado en Alemania con más rapidez” que en cualquier otro país de esta organización. Y el economista alemán Till Van Treek asegura que “la desregulación del mercado de trabajo ha arrastrado consigo el estancamiento e incluso el descenso de los salarios”.  Por otra parte, el desamparo de los desempleados ha descendido a niveles más bajos que los de Estados Unidos.

El Fondo Monetario Internacional y las instancias europeas de Bruselas han presionado sobre el gobierno de Madrid para que aplique unas medidas similares en el estado español. A la vuelta de vacaciones, las Cortes se han apresurado a aprobar esa reforma mientras los sindicatos han anunciado una huelga general en protesta por la misma para el 29 de este mes. Y estos días Zapatero ha anunciado para muy en breve su intención de reformar el sistema de pensiones.

Sabios y sesudos economistas justifican y razonan esta estrategia que pretende sacar a la economía española de su números rojos y sus cuatro millones de parados, y aseguran que el abaratamiento de los despidos o la flexibilización del mercado de trabajo contribuirán a la creación de empleo: “El FMI tiene razón”, asegura el economista italiano Tommaso Padoa. “Las fuertes protecciones a unos condenan a otra buena parte de la población, la más precaria, a no tener defensa alguna”.

Y el economista Stephan G. Richter opina que “en esta democracia mundial y de integración internacional los electores tienen la sensación de que todas las protestas que enfrentan a capital y trabajadores son cosa del pasado. En este mundo feliz los ciudadanos también son conscientes de que aferrarse a unas prestaciones demasiado elevadas ya no equivale en esencia a un acto de desafío y conciencia social, sino a mirarse el bolsillo”.

Freno a las subidas salariales, mazazo a la negociación colectiva, recorte de las pensiones, retraso de la edad de jubilación… Los sindicatos españoles han puesto el grito en el cielo. Pero no sólo los de la península, a nivel europeo, el mismo 29 de setiembre está prevista una jornada de protesta por lo recortes salariales y de las pensiones en toda la UE. ¿Acaso se pretende recortar paulatinamente los derechos de los trabajadores del mundo desarrollado hasta ponerlos al nivel de los trabadores chinos?

Frente a esta estrategia propiciada por la banca internacional, el FMI y por Bruselas, el sindicalismo europeo se plantea una línea de actuación totalmente opuesta. Se trataría, en definitiva, de salvaguardar las conquistas sociales del movimiento obrero que han costado siglos de luchas, y de ayudar a los trabajadores chinos a alcanzar los niveles salariales y de protección social de los trabajadores europeos y americanos. De restablecer la igualdad de oportunidades para el trabajador y para el comercio a los niveles de Europa y Estados Unidos.

De vez en cuando, rompiendo esa otra muralla china de la censura y la desinformación sobre el coloso asiático, se filtran noticias de huelgas y protestas obreras en Shangai o en otros centros industriales de aquel país.

¿O quizá será posible un término medio, un encuentro de los unos y los otros a mitad de camino?

Honorio Cadarso es periodista