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Del gato y del ratón

Minutos antes de comenzar a escribir estas líneas, cuando circulaba en coche, oía una intervención radiofónica del Sr. Oyarzábal, afirmando que era poco menos que “de tontos” perder el tiempo considerando, siquiera, que nos podamos encontrar ante un nuevo marco que permita, quizá, llegar a traer la concordia a este país, y reivindicando el secular método de “derrota” total e incondicional de E.T.A. como única alternativa válida a la consecución de la Paz. 

No puedo compartir estos postulados, porque, aunque sea cierto que hemos vivido con anterioridad situaciones del mismo cuño,  parece que, en esta ocasión, algo ha cambiado, además de modo irreversible, en el discurso de la izquierda abertzale tradicional que infunde cierta esperanza. Debo añadir a ello que actuar “de buena fe”, esto es, sin buscar sólo réditos políticos, abordando, con ambición y sin restricciones, una vía de diálogo para la resolución de un conflicto, no debe considerarse, nunca, una actitud “de tontos”, sino, al contrario, de personas que ejercen sus funciones con responsabilidad, y participando de la esencia misma de los sistemas democráticos, que no es otra que la prevalencia de las palabras frente al desvalor del uso de cualquier tipo de violencia.

Con todo, da miedo, desde el desconocimiento de los entresijos que  configuran la trama de este nuevo contexto, tratar de explicarlo, pero la secuencia de los acontecimientos producidos durante los últimos días invita, descaradamente, a leer entre líneas para buscar una lógica a actuaciones que, a priori, carecen de ella.

Como punto de partida, el propio comunicado de E.T.A. parece, como siempre, encriptado, y su recta interpretación se debe encontrar al alcance de muy pocos, entre los que, por supuesto, no me encuentro.

Han sido, sin embargo, las reacciones al mismo las que han causado mayor sorpresa.

Creo que el común de los vascos (ni el común de los demócratas) en modo alguno esperaba la prohibición, por parte del aparato de un estado teóricamente democrático, de unas manifestaciones sustancialmente idénticas, en cuanto a su esencia y forma, a las celebradas, con normalidad, y diría que con continuidad, bajo la aquiescencias de fiscales y tribunales, durante muchos meses.
Claro que, con ello, seguramente, el gobierno acallará aquellas voces que demandan con encono “mano dura” frente a E.T.A., su entorno, y todo aquello que revele el menor sesgo abertzale.

Podemos hacer extensible esta misma consideración a las oportunas detenciones de miembros de Ekin, practicadas esta semana, pese a que el correspondiente operativo de seguimiento se mantenía desde muchísimo tiempo antes. También a las propias declaraciones de los Ministros de Interior y Justicia. Ya se sabe que es importante, para un gobierno (y este casi lo borda), mantener una correcta gestión de los “tempos” de su acción y transmitir sus mensajes a la opinión pública con clarividencia.

Ahora, todos somos conscientes de que el Estado nunca se encontrará en tregua en relación al terrorismo separatista, y ello ha de tranquilizar, sin duda, incluso, a la derecha más reaccionaria que, a la vista de lo sucedido, seguro que confiere un margen de confianza a la actuación del gobierno.

Mientras, las que identificamos como pocas voces autorizadas del entorno de la izquierda abertzale histórica que no permanecen en prisión, son las que de modo inédito, llaman a la prudencia y a la calma, dando a entender que el proceso es irreversible, y que, pese a las actuaciones gubernamentales, está abocado a terminar en un controlado cese definitivo de la violencia.

Pudiera parecer, para el lego en la materia, que el Gobierno, al desmantelar la cúpula dirigente de Ekin, tradicionalmente más “dura” en sus planteamientos, casi, ha hecho un favor al eventual “proceso dialogado de pacificación”, en la medida que, con ello, adquiere mayor relevancia el que pudiéramos considerar, desde el punto de vista de las formas, el sector independentista más “moderado”.

En fin, son estos intrincados vericuetos los que me inducen, contra el criterio del Sr. Oyarzábal, a pensar que no es “de tontos” ponderar y explorar, en su justa medida, la posibilidad de, por una vez, acometer la definitiva solución de un conflicto, que lleva enquistado cincuenta años, a través de la vía del diálogo. Merecería la pena. Al fin y al cabo, como me dijo en cierta ocasión un buen amigo, no podemos permitir que, ni una generación más, herede el sufrimiento que venimos padeciendo hasta ahora.  

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango

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