Durango, siglo XV

Durango no se diferenciaba mucho de otras villas en la Edad Media. Pero las investigaciones arqueológicas que se vienen realizando en el casco antiguo han permitido concretar su fisonomía. Una espléndida maqueta que se exhibe en el Museo de Arte e Historia reproduce el Durango de finales del siglo XV.

La información histórica que ha permitido confeccionar la reproducción ha sido reunida por Belén Bengoetxea, responsable de las excavaciones arqueológicas que se vienen desarrollando en el casco histórico desde que Durango fue declarado yacimiento arqueológico en 1990. La obtención de ese rango obliga a hacer prospecciones en todos los solares donde se proyecten obras susceptibles de destruir el sustrato arqueológico y se han realizado ya 29. La gran maqueta (escala 1:100) ha sido confeccionada por la empresa Maquetas Durango, de la que es socio el artista local Juan Azurmendi.

Centro neurálgico

Las investigaciones arqueológicas e históricas certifican que en esa época “Durango era una próspera villa”. Además, constituía “uno de los núcleos urbanos más importantes de Bizkaia, centro neurálgico de una de las entidades territoriales más pobladas y activas del territorio, el Duranguesado”, indica la arqueóloga en los paneles que acompañan a la muestra.

Esta etapa final de la Edad Media fue un momento de gran auge comercial y artesanal. Esta última “fue especialmente rica”,  y en ella destacaron la fabricación de paños y la transformación del hierro. Su urbanismo es parte, producto y reflejo de esa realidad”.

Los edificios se distribuyen en lotes regulares sin apenas espacios vacíos. “Las únicas zonas un tanto despejadas son las plazoletas que se abren delante de las dos iglesias, espacios donde se celebraban los mercados”. En el margen derecho del río Mañaria se ubicaba la población.

El núcleo abarcaba una extensión de 5,1 hectáreas y se estructuraba en torno a cuatro ejes o calles. “Tres reciben su nombre en función de la topografía: Yuso (Barrenkalea), del Medio (Artekalea) y Suso (Goienkalea)”. La cuarta se denominaba Calle Nueva (Kalebarria), “sugiriendo un posible origen más tardío, que la Arqueología ha puesto en duda a la luz de los últimos hallazgos”, puntualiza la investigadora. Precisamente esta última  concentraba la mayoría de los talleres artesanales. Las cuatro calles están cortadas por un cantón transversal, la actual Zeharkalea.

La vida de los habitantes

La vida de los habitantes de la época se desarrollaba en las calles. Y las de Durango “estaban continuamente frecuentadas por comerciantes, viandantes, trabajadores, animales y carros”. En muchas ocasiones, “se verán ocupadas por las mercancías de los comerciantes, que exponen sus artículos en mostradores de madera (pendís), por los materiales de trabajo empleados en tal o cual taller artesanal, o por combustible para las casas. Incluso tenemos referencias a la matanza de animales domésticos en las calles, que no se pavimentaban, y a la suciedad derivada de todo ello”. El surgimiento de los arrabales se iría definiendo más adelante. Sería en la zona extramuros inmediata de la villa, ocupada en ese momento por huertas.

La maqueta representa a las dos iglesias, Santa María, al Norte, Santa Ana, al Sur. Según Bengoetxea, “la primera se considera la originaria, que surgió con la propia fundación de la villa”. En aquella época carecía del gran pórtico actual.
 
Se cree que la iglesia de Santa Ana se construyó a consecuencia de la prosperidad y el aumento demográfico que conoció Durango durante el siglo XV. “En cualquier caso –puntualiza la arqueóloga- la Santa Ana medieval poco tenía que ver con la iglesia que actualmente vemos”, pues “ocupaba gran parte de la plaza de Santa Ana”.

Canal de agua subterráneo

El nuevo templo se erigió adosado a la muralla medieval “que se levantaba en esta zona desde al menos dos siglos antes”. Bajo sus cimientos discurría el canal que abastecía de agua al molino próximo, propiedad de la iglesia de Santa María. “La fisonomía del nuevo templo y del nuevo espacio que configura se mantuvo así hasta mediados del siglo XVIII”. Ambas iglesias acogían cementerios en su interior.

Las casas combinaban en su construcción el ladrillo y la piedra. Las cubiertas que la investigación ha podido documentar eran de teja. Pero también se construyeron casas  enteramente de piedra, como la torre de Lariz, que data de esa época. “Las ventanas se cubrían con contraventanas de madera o con telas enceradas”. El vidrio llegará más tarde.

Las edificaciones, además de como viviendas, servían como espacios para diferentes actividades. “En sus plantas bajas podían ubicarse tanto talleres artesanales, como almacenes o cuadras. Alguna conserva todavía una huerta zaguera”, explica la arqueóloga.

La villa albergó también edificios especiales donde se desarrollaban actividades “económicas específicas”, como “la rentería, o almacén del hierro labrado en las ferrerías del entorno, la carnicería-matadero y los dos molinos pertenecientes a la iglesia de Santa María”.

La maqueta permanece en la planta baja del Museo de Arte e Historia y estará allí de forma permanente.