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MARÍA GOROSARRI | PROFESORA DE LA UPV E HISTORIADORA

“Las mujeres presas de la guerra del 36 necesitan reconocimiento institucional”

gorosarri
María Gorosarri, en una imagen de archivo.

La guerra del 36 es un episodio todavía reciente en la memoria, ya que sobreviven quienes pueden dar testimonio de ella, aunque cada vez son menos. Pero, gracias a las investigadoras de la memoria histórica, podemos conocer más datos sobre aquel conflicto que dividió a la sociedad en dos facciones, al parecer hasta el día de hoy.

La profesora de la UPV María Gorosarri, de 43 años, investiga la memoria histórica con una perspectiva feminista. Le preocupan las circunstancias que vivieron especialmente las mujeres. El interés le viene de tomar conciencia de que su bisabuela, Vicenta Garnika, había sido una presa política del franquismo y la revelación ocurrió cuando una mujer advirtió a un chico con el que estaba de que ella era una ‘roja’.

Su abuela fue la única duranguesa en la cárcel local, donde también estuvo presa la legendaria Rosario ‘la Dinamitera’, a quien Gorosarri pudo entrevistar poco antes de morir. Reciente ha ofrecido una charla en el teatro San Agustín, organizada por la asociación contra la violencia machista Andereak, en colaboración con el centro cultural durangués.

-¿Qué impresión te llevaste de entrevistar a la excombatiente Rosario ‘la Dinamitera’?

-Antes de visitarle, le compré unos pasteles por tener un detalle y lo primero que me dijo es: ‘No me gusta que me traigan cosas’. Eso indica el carácter de la mujer. No quería sentirse comprada y a mí me dejó descolocada. Aunque respondía de manera política a todas las preguntas, no me trababa como a una inferior teniendo en cuenta que yo desconocía muchas cosas. Por ejemplo, que no había duchas en la cárcel.

-Así que hubo detalles acerca de la cárcel de Durango que conociste a través de esa conversación con ella.

-Yo había leído su biografía, pero hablaba más de su vida pública, del frente. Lo de la cárcel había quedado como algo perteneciente a su vida más privada. En el libro de Tomasa Cuevas, tres tomos sobre mujeres en las cárceles fascistas, sí aparece su historia. En el frente se casó con un miliciano y, cuando Franco anuló los matrimonios civiles, ella quedó soltera con una hija, porque relacionarse con una mujer marcada políticamente era difícil y su marido desapareció mientras ella estaba en la cárcel y rehizo su vida con una mujer no implicada políticamente

-Y ella se quedó sola con su hija.

-Sí y había otras mujeres en la misma situación que, con cuatro o cinco hijos, constaban como solteras. También es verdad que otros hombres mantuvieron el vínculo afectivo, algunos se casaron por la iglesia y otros no.

-¿Fue una entrevista difícil?

-Mi tía abuela me había hecho prometerle que, si ella no lloraba, yo no podía llorar, claro. Porque nosotras somos muchísimo más sensibles a cualquier tema que las mujeres que han pasado por esas situaciones.

“Rosario, la ‘Dinamitera’, dijo mirando a la cámara que nunca, nunca, nunca les perdonaría”

-¿La cárcel y la guerra endurecen para siempre?

-Sí. Rosario hablaba sin implicarse emocionalmente y lo que tenía claro, y lo dijo mirando a cámara, era que ella nunca, nunca, nunca les perdonaría. Pero también hablaba con humor; se reía de la situación. En aquel entonces, era la típica presa joven que tenía conciencia de lo que estaba pasando, que podía explicar políticamente por qué estaba ahí en esas circunstancias.

La bisabuela sindicalista

-Tu bisabuela también estuvo en la cárcel de Durango.

-Primero en la cárcel de Orue, en Santutxu, y el último año de condena la trajeron a Durango. Le habían condenado a 30 años por auxilio a la rebelión y al final cumplió tres.

-Por repartir panfletos de la UGT.

-Por repartir panfletos, participar en manifestaciones… En el expediente aparece también que había votado al Frente Popular, pero esa información no sé cómo se puede conseguir si no es bajo tortura.

-Y ese hecho familiar te marcó profundamente.

-Parece mentira. De toda la vida hemos sabido que mi bisabuela estuvo en la cárcel porque, de hecho, era una de las pocas mujeres de Tabira, si no única, que sabía leer. Le enseñaron en la cárcel y no nos planteábamos por qué había estado allí. Mi abuela y sus hermanas habían vivido en esa normalidad hasta que en unas fiestas de Bilbao una mujer le dijo al chico con el que estaba: ‘Qué haces con esa que es una ‘roja’; su abuela estuvo en la cárcel’. ‘Mi abuela no, mi bisabuela’, aclaré. También mi bisabuelo y su hermano habían estado en prisión. Como digo, era lo normal y me pregunté por qué era tan importante que una mujer de mi familia hubiera estado en la cárcel y que tres generaciones después ese hecho me siguiera marcando socialmente.

“Muchos hombres abandonaron a sus mujeres porque estar con una marcada políticamente era complicado”

-Resulta increíble que se arrojen esos prejuicios desfasados sobre una mujer joven.

-Imagínate. Fue en 2003. Hice un máster sobre memoria histórica en un momento en que habían empezado a abrir las fosas y el proyecto de fin de máster fue la entrevista a Rosario y a familiares mías, mi abuela y mis tías, sobre la vida en la cárcel.

-¿Algún episodio que te sorprendiera especialmente?

-Un día que mi tía iba a llevar la leche a su madre vio una alfombra roja desde la casa de Ampuero hasta Santa Ana. Era el día en que se casaba Casildita Ampuero con el Ministro de la Guerra de Franco. Del disgusto que se llevó al ver la alfombre se le cayó la leche y ese día su madre no comió y las presas de su célula tampoco del mal genio que se puso mi tía al ver la alfombra y tanto fascista y tanto gobierno. En la cárcel no les daban apenas nada.

Además, cuando estaba haciendo la tesis investigué en Berlín y en otros archivos alemanes qué imagen había del fascismo aquí y allí, y encontré una carta de un obispo diciendo que se necesitaba la prostitución porque, si no, a ver cómo iban a aguantar los jóvenes hasta el matrimonio. La nueva generación no podía tener relaciones sin casarse y se suponía que la prostitución era necesaria para que las ‘mujeres buenas’ se mantuviesen vírgenes. Lo teníamos recogido en los testimonios orales y ahí apareció documentado.

-Las presas soportaban condiciones infrahumanas. ¿Qué mecanismos de resistencia y supervivencia tenían?

-Las mujeres no tienen la figura que sí tenían los hombres, la de ‘mujer de preso’. Cuando un hombre está en la cárcel, cualquier mujer de su familia, ya sea su mujer, madre o hija, se vuelca con ese hombre, aunque no comparta su ideología. A lo que se le llamó ‘mujer de preso’ yo le llamo ‘solidaridad femenina’. Pero las mujeres presas no tenían esa figura. Las que tenían marido, a veces lo perdían porque a ellos les complicaba la vida. También los sindicatos y los partidos se centraron en la lucha de los hombres y ellas se quedaron solas y desarrollaron una estrategia feminista que, por un lado, era crear células en la cárcel para arroparse entre ellas y, por otro, apoyar a las que salían.

Solidaridad feminista

-¿Cómo de complicada era la salida?

-Tanto en Saturraran como en Durango, las liberaban a las seis de la tarde que en invierno es de noche. En Saturraran, que es un agujero, a ver adónde va una mujer con el pelo rapado que era lo que le identificaba como represaliada, sola, de noche. Entonces, tenían la dirección de alguna presa que era del lugar y que había salido antes. Por ejemplo, Rosario ‘la Dinamitera’ cuenta que cuando salió de la cárcel se dio cuenta de que le habían metido en el bolsillo un papel con una dirección a la que podía ir a pasar la noche.

A esa solidaridad le llamo feminista porque era solo de mujeres y para mujeres que también habían sido abandonadas por los hombres y se organizaron entre ellas para sobrevivir en una sociedad vencida, en la que se les consideraba absolutamente invisibles y las dejaban expuestas al peligro. Presas de Saturraran se quedaron a vivir en Eibar porque habían tenido relación con mujeres de esos sitios.

Muchas salían débiles o enfermas, porque habían comido mal y poco, y necesitaban semanas o meses para recuperarse y tampoco podían volver a sus casas, ya que para ello necesitaban dos documentos favorables de alguna de estas tres personas: o el alcalde del pueblo o el cura o el jefe de la Guardia Civil. Normalmente, no los conseguían, no podían volver a sus lugares de origen y ellas, las encargadas de los hijos, eran desarraigadas de sus propios pueblos.

-Cuentas también que las criaturas hasta los tres años estaban con sus madres, pero que si a esa edad no se acordaban de sus apellidos se los podían cambiar.

-Era una ley franquista. Así desaparecieron muchos niños. A un niño de tres años que no sabe cuáles son sus apellidos se los cambian y ya tienes a una persona para poder donar a quien quieras, excepto que hubiera alguien de la familia que le reclamara.

“Muchas conocieron la libertad en el frente”

-En tus investigaciones has constatado que, como en muchas revoluciones, después de invitar a las mujeres a unirse, una vez terminado todo las relegaban a los lugares secundarios que ocupaban antes.

-Para muchas mujeres, la liberación fue la República porque fueron a la escuela, pero otras muchas conocieron la libertad en el frente. Evidentemente, decir esto no es políticamente correcto; no se corresponde con la idea de las mujeres no son violentas pero, según de qué situación de sumisión vienes, ahí conoces mucha libertad.

-Sí, está claro que las mujeres podemos actuar con violencia también.

-A mí me gustaría hacerlo más, de hecho (ríe).

-Las duranguesas fueron muy solidarias con las presas y sus familiares, pero también después de la guerra. ¿Qué resquicios dejaba la represión franquista?

-Cómo sería Durango en el año 39-40 cuando los pocos hombres que quedaban eran franquistas y los milicianos y republicanos y abertzales o habían sido fusilados, o estaban en la cárcel. Los muertos fueron asesinados sobre todo después de la guerra. Y quedaban las mujeres de esos hombres y las mujeres franquistas. Y en esa situación de miedo absoluto, algunas mujeres de Durango recogían en sus casas a los familiares que venían a visitar a las presas que ellas no conocían y, cuando esos familiares no podían venir, ellas iban a visitar a esas presas.

Durango 1936 tiene recogido el testimonio de Maite Andueza, que aparece en la web. Era una niña que iba con su madre a ver a una mujer que cree que era de Madrid y se acuerda de que le daba unos muñecos de trapo que hacía.

“En la cárcel de Durango mi bisabuela era la única del pueblo”

-Entonces la solidaridad se desarrolló visitando a las presas forasteras, acogiendo a sus familias, llevándoles comida. ¿Cuántas presas foráneas había?

-De Durango solo estaba mi bisabuela; por eso lo de ‘roja’; por eso era tan impactante. Por ejemplo, de sus compañeras, una fue a Francia y no volvió, y otras volvieron más tarde. Quedaban desarraigadas. Por un lado, las que salían de la cárcel y no podían volver, y. por otro, aquellas que sin haber pisado la cárcel sabían de la represión y volvían a otros lugares.

Placa en Nevers

-La cárcel de mujeres de Durango estuvo en el convento que había donde se localiza el colegio de Nevers.

-Sí y las monjas de Nevers se habían ido. Las que cuidaban la cárcel eran las de la Caridad, las que llevaban el hospital.

-Y se ha puesto la placa de recuerdo en la casa en ruinas de enfrente y casi ni se ve.

-Las monjas no quisieron que se pusiera en el colegio.

-¿Tienes alguna opinión sobre eso?

-Esa placa no es oficial, ninguna institución vasca la ha puesto, la han colocado los grupos de la memoria.

-¿Debería haber una placa oficial?

-¡Claro! Por ejemplo, las del bombardeo son placas puestas por el Ayuntamiento y esas mujeres a las que han tenido presas no tienen ningún reconocimiento institucional.

-Queda pendiente, pues.


Enlace original: http://andra.eus/las-mujeres-presas-de-la-guerra-del-36-necesitan-reconocimiento-institucional/

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