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Soporra, Modorra y el sueño eterno

Ha sido un largo y cálido verano el que
hemos disfrutado o sufrido. No recuerdo haber
paseado en manga corta en el Día de los
Santos, en cuya víspera las nuevas
generaciones llevan años celebrando una fiesta
anglosajona, mientras que las viejas visitan el
camposanto.

Habiendo convertido
el idioma inglés en lengua mayoritaria de la
aldea global, parece que también estamos
aceptando todas las costumbres derivadas de
la cultura británica, pero resulta que si nos
remontamos en concreto al origen de la
mencionada celebración, observamos que fue
precisamente la Iglesia (una vez más) quien
intentó contrarrestar los efectos de una
festividad pagana que se extendía por Europa
suplantándola por una fecha de carácter
religioso, y trasladando esta última del 13 de
mayo al 1 de noviembre allá por el año 800
más o menos.

Ya ha llovido desde
entonces y si nos detenemos a contemplar la
Historia, observamos que cayeron los imperios
romano, el bizantino, Genghis Kan, al-Andalus
y el mentecato Rey Ricardo de Inglaterra que
dejó el gobierno de su país para marcharse con
las Cruzadas a Palestina, de donde salió
escaldado. Británicos, franceses y el imperio
donde nunca se ponía el sol (¿recordais?),
también tuvieron su momento de gloria, o de
infamia, según se mire. El zar de Rusia, el III
Reich y Japón, y ahora los Estados Unidos de
América y China tampoco escapan de la lista.

Demostrado está que todo lo que
sube baja y que quienes se remontaron la
cresta de la ola encontraron tabla a su medida
para descender, con el agravante de que,
además, se ahogaron.

Sin
embargo, si nos fijamos bien, comprobaremos
que la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica
y Romana ha sabido siempre nadar y guardar
la ropa, surfear y caerse de la tabla, pero sin
llegar a morir por apnea. ¿Habilidad política?

Toda la vida empeñándose en
hacernos creer que el Cielo está arriba y que
desde allá nos observa el Todopoderoso, y el
Infierno está abajo.

Siempre lo
estuvo, el Averno se identifica con nuestro
propio interior abismal, el tabú, lo
presuntamente inmoral, un lugar fascinante al
que los individuos viajan aunque no todos se
quedan. Es la disyuntiva entre la evasión o la
victoria. Podemos escapar, pero si sopesamos
bien la situación, decidiremos jugar porque
podemos ganar y por lo tanto no estamos
atados ni amordazados.

Así
cuando alguien nos comenta que está
alucinando es porque realmente no se
encuentra precisamente seducido por lo que
contempla, muy a pesar del sinónimo. Se
alucina cuando se vive con temor a Dios,
cuando te fumas unos ???marcianitos??? y pierdes
el sentido, sobre todo de la responsabilidad.
Cuando creemos que se nos ha aparecido la
Virgen y cuando a cada paso que das estás
pendiente de ver quién te juzga. En definitiva,
vivir en Soporra y Modorra, aturdidos y
sedados por las creencias, los usos, las
costumbres y el artificio.

Ha sido
siempre la gran preocupación de la Iglesia
atraparnos con sus tentáculos, que pueden
adoptar diferentes formas, haciéndonos creer
que somos libres cuando en realidad sucede
todo lo contrario. Yo pecador, por la gracia de
Dios, ¡qué paradoja!

Cuando
angustiado ante la muerte de un familiar
porque es ley de vida, uno recuerda
perfectamente aquellas palabras del psiquiatra
confirmando que ???la existencia es un proceso
biológico que no se detiene para nadie???, se
empieza a comprender que nuestra cultura no
nos ha enseñado a afrontar la muerte,
probablemente debido a incertidumbres de tipo
religioso antes que natural.

Debatir sobre la eutanasia aún se considera
una cuestión harto compleja y un tema ante el
que muchísima gente se muestra reticente. Me
atrevería a asegurar que a fecha de hoy más
del 90% de las personas no hemos sido
capaces todavía ni de vivir ni de considerar
morir dignamente.

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.

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0 Comentarios

  1. Reinamora

    Pues no Agus, pero tampoco nos dejan (morir dignamente).

    Deja una Respuesta
  2. Reinamora

    Pues no Agus, pero tampoco nos dejan (morir dignamente).

    Deja una Respuesta

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