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Pliego de descargo

Me lo encontré sorpresivamente en una esquina de la calle Hurtado de Amezaga y me llamó poderosamente la atención. No lo había visto nunca antes. Le pedí que me dejara retratarle pero la respuesta fue negativa.

Un pequeño mostrador metálico, tras el que aparecía sentado el vendedor de periódicos, con algunos ejemplares del día semi-colgados con grandes clips.

De ninguna manera pensaba encontrar a alguien así en el Bilbao Metrópoli siglo XXI porque ahora se llevan unos kioskos muy coquetos donde tienes que alargar bastante la mano para pagar por el papel que te llevas, debido a la gran oferta que se extiende a tu vista.

El espartano vendedor no dispone de toda esa parafernalia de revistas, periódicos, libretos de crucigramas o cuadernos de costura. Más bien lo básico: cuatro o cinco publicaciones, las más corrientes en cualquier bar donde te tomas el café diario. 

No será ésta la primera vez que alguien se plantea la posible desaparición de la prensa escrita en la era de Internet y de la televisión vía satélite. Las rotativas aguantan el tirón, editan ya en color y luchan en dura pugna ante la desventaja que suponen los avances tecnológicos, aunque las editoriales se han adentrado también en este ámbito.

Quizás el papel sobreviva, y no es broma, gracias a todos esos establecimientos, tabernas, y cafeterías, negocios de entre los que, de una manera aleatoria, algunos reciben visitas inesperadas de los inspectores de la Hacienda Pública, para comprobar si el camarero de turno entrega el ticket con el importe de la consumición solicitada.

Podrá ser que también, los susodichos funcionarios acudan al chiringuito en la intemperie del señor que no se dejó fotografiar, a verificar in situ si cada diario que entrega y le pagan va acompañado del correspondiente recibo. No le preguntarán sin embargo cómo se arregla para llegar a fin de mes, ni tampoco si en ese rincón del mundo pasa frío o se está incómodo. Problamente no lo harán porque conocen ya la respuesta.

Resulta obvio que no somos holandeses, noruegos, finlandeses o suecos. Esas gentes están harto concienciadas sobre el Estado del bienestar y pagan religiosamente sus impuestos, tengo entendido.

Poteo diario y cacaoleche con croissant para desayunar en la cafetería todas las mañanas no serán costumbres habituales en los países nórdicos a buen seguro, y allí se levantan a las cinco o las seis de la mañana para meterse en sus apartamentos sobre las cuatro de la tarde, excepto los fines de semana.

Es impensable que por debajo de los Pirineos podamos sobrevivir bajo semejante plan, por eso casi todo el mundo defrauda y consecuentemente no disponemos de servicios sociales de calidad, sin hablar ya de la Enseñanza y de la Educación.

La lucha contra el fraude fiscal resulta necesaria, lo que sucede es que, para que los ciudadanos nos tomemos el tema en serio, necesitamos modelos. Los que tenemos no son el mejor ejemplo y el salario base en nuestro país es de risa, que no el precio de los productos.

¿Somos europeos realmente? Mañana busco la respuesta en Google.

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.

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