El valor de las formas

El pasado martes se armó, con ocasión de la comparecencia del presidente Rodríguez Zapatero, una monumental y sonora bronca en el Senado. No cabe sino compartir el comentario del presidente de la ???Cámara Alta???, Javier Rojo, quien tachó de lamentable el comportamiento de muchos de los senadores.

A mi juicio, lo relevante del hecho no reside en el fondo del asunto o, lo que es lo mismo, en el motivo que originó que adustos senadores y senadoras se comportasen como auténticos energúmenos; lo verdaderamente grave fueron las formas con las que se desenvolvieron sus señorías.

Desafortunadamente, estamos acostumbrados a recibir en los informativos televisivos cortes de imágenes de trifulcas que tienen lugar en diversos parlamentos, en los que sus miembros llegan incluso a agredirse. Todo ello ante el estupor de una sociedad que entiende que sus representantes políticos son, cuando menos, personas educadas que, como mínimo, han de ser capaces de debatir, incluso sobre materias comprometidas, siguiendo cauces formales y ordenados. De hecho, no podemos obviar que, indirectamente, tomamos a los representantes camerales como ejemplo de verbo fácil y exquisito comportamiento… Como modelo de conducta, vamos.

Y está bien que en estos tiempos en los que las formas y modales brillan por su ausencia en muchos contextos, y en los que los usos y costumbres se han pasado cuatro pueblos en cuanto a su relajación que, al menos en algunos reductos como el Parlamento o el Senado, se siga cultivando el enfrentamiento de pareceres e ideas a través exclusivamente de palabras y comportamientos corteses. Y no quiero que este parecer huela a rancio ni a decimonónico (que durante el siglo XIX hubo históricas turbamultas en las Cortes Generales). Considero que lo que lleva aparejada la cabal, comedida y enérgica defensa de las ideas de uno es, precisamente, el respeto no sólo hacia las ideas de los demás, sino, lo que es tan importante o más, a la persona que las detenta.

Un personaje de una serie de animación espetaba en cierta ocasión que cuando una persona quiere aparentar ser lista sin serlo, habla muy alto, a gritos. Y, si sopesamos fríamente el comentario, advertiremos que eso ocurre con frecuencia en esta sociedad. Quien no se siente asistido por la razón se escuda en la exageración o el exabrupto para ocultar aquella carencia. Y esto fue lo que hicieron, lamentablemente, los senadores el pasado martes. El portavoz del Partido Popular en el Senado, Pío García Escudero, debía contar a buen seguro con argumentos suficientes para rebatir educadamente las ???medidas anticrisis??? del Gobierno, pero prefirió utilizar la descalificación personal con el presidente Rodríguez Zapatero, quien no eludió el zafarrancho de combate jaleado por el resto de senadores socialistas, aunque, eso sí, de un modo más educado y cortés.

El resto, ya lo sabemos. Bronca, solicitud de dimisión a vivo grito y acompañada de sonoras pataletas, estruendosos aplausos y cruce de ira y más ira. Y todo ello sin recato ni pudor, sin guardar forma alguna pese a que los protagonistas de esta triste historia (senadores populares y socialistas, porque, para ser justos, debemos reconocer que los representantes de los otros grupos políticos se quedaron quietecitos y calladitos en sus sillones) debían ser conocedores de que su lamentable actitud iba a ser, a buen seguro, objeto de comentario los días sucesivos.       

En fin, podremos compartir o no proyectos políticos, ideas y hasta formas de entender la vida ajena. Podremos criticarlos o censurarlos denodadamente, pero qué menos que hacerlo siempre dentro de los cauces de la mesura y el respeto. 

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango