Cuesta abajo

En Bilbao, bajando de Miribilla hacia Zabalburu, uno se encuentra con varios pequeños comercios, desde farmacias hasta cafeterías y aquél kiosko en medio de la acera.

Por supuesto que no puede faltar un Banco, en el que hoy debo realizar cierta gestión en el mostrador.

Mi espera se hace un poco larga. Como no hay nadie más en la cola opto por sentarme.
Ante el cajero está Julio, un desempleado que necesita poner al día su libreta. Le cuenta sus cuitas al empleado. Difícil evitar oirlas:

-¿Y esos diez euros de comisiones de qué son? Ya me cobrásteis treinta hace poco.
 
-Corresponden a envíos de mensajes al móvil, pero te los voy a cancelar- explica el bancario.

-Bueno, ¿y cuánto me queda? Cuatrocientos y pico. No está mal. Con doscientos cincuenta ya paso el mes -explica el cliente-. Ando sin dinero y ahora necesito veinte euros para la mudanza. Ya he quedado con un amigo este mediodía. Estoy sin dormir ¿sabes? Menuda bronca ayer con el propietario. Me llevaron los ertzainas esposado y todo. Dice que me echa del piso porque no le pago la mensualidad y el muy sinvergüenza me ha tenido cuatro meses sin arreglar la caldera, poniendo agua a calentar para lavarme y ducharme- se enerva según va terminando la frase.

-Tranquilo, tranquilo- le responde con aplomo el cajero.

-Consigo el número de una pensión donde estuve antes en Basauri. Llamo y les digo quién soy y lo que me sucede. Me cuelgan el teléfono. Toda la noche en la puta calle. Nadie me quiere… Y creo que no está mal, ahorrando un poquillo incluso. Me arreglaré con los doscientos cincuenta y todavía me queda un dinerillo.

Al fin ha terminado de desahogarse. Sale de la entidad. Lo veo a través de la cristalera. Coge su destartalada bici y se lanza calle abajo, aunque deteniéndose de cuando en cuando a escudriñar escaparates. Mi turno…

Al cabo de unos minutos camino hacia Zabalburu. Reconozco su mountain bike apoyada en la pared. Paso ante una exposición de muebles. Miro y lo descubro sentado en un sofá biplaza de color burdeos. Situado al otro extremo del mismo, hay un cartel rectangular con uno de sus lados terminado en forma de flecha que dice ???aquí se dan besos???. No veo a nadie más.

Me pica la curiosidad y entro. Me mira con aire de resignación. Entonces, aparece la dependienta y con un ademán le indico que Julio está antes que yo, así que dirigiéndose a él: -¿qué le parece? ¿es cómodo verdad? ¿le interesa conocer su precio?.

-¿Cómo dices? No puedo permitirme ese lujo en este momento- aclara nuestro protagonista.

-Entonces…

-Bueno, yo me he sentado aquí por el cartel ése-señalando con el dedo índice-esperaba que alguien me hiciese alguna carantoña y al verte hasta pienso que he tenido suerte-explica Julio.

-Creo que se ha equivocado, caballero. Eso es un reclamo que entregamos al comprador con el mueble-justifica ella. Dirigiéndose a mí: -¿y usted qué deseaba, señor?.

-Hoy me habéis robado una sonrisa, así que, cada vez que pase por aquí delante me pararé y ese sofá me contará una anécdota sorprendente.

Quizás no debería haber ningún otro Julio que no fuera el mes del año. No en las circunstancias de nuestro amigo al menos. ¡Fortuna la mía de tener a ???Txispi???!

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.