Con la Iglesia hemos vuelto a topar

La Iglesia católica, mal que nos pese, sigue teniendo mucha presencia en la sociedad. En mi opinión, esto se explica porque, a pesar de que el nivel de religiosidad ha descendido drásticamente, sus discursos siguen resonando en el inconsciente colectivo.

La sociedad jerárquica que esta institución defiende a capa y espada, seguramente para afianzar su propia estructura, representa todavía para muchas personas un ideal de orden y armonía, y todo lo que se salga de ese esquema es considerado inconveniente o, como poco, incómodo. De ahí el rechazo abierto o soterrado de buena parte de la sociedad a los modos de vida no estandarizados.

Esta Semana Santa el obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, ha vuelto a echar leña al fuego arremetiendo contra la homosexualidad, el aborto y la cercanía en el trabajo entre hombres y mujeres casados (no entre sí, sino con otros) que corre el riesgo de convertir la camaradería en relaciones sexuales, según su interpretación.

Los dos primeros argumentos no sorprenden, aunque no por esperados dejan de resultar hirientes. Pero esto último ¿Qué quiere decir? ¿Cuál es la alternativa? Deduzco que la solución para el eclesiástico debe ser que las mujeres dejen sus empleos y retornen al hogar. Y es que una segregación laboral por sexos, por ejemplo, ¿No podría convertir la amistad entre personas del mismo sexo en ‘intercambios carnales’? Con lo que el remedio sería peor que la enfermedad.

Porque para la Iglesia las relaciones homosexuales son una aberración de la naturaleza humana. Para evidenciarlo, el obispo se explaya hablando de clubes nocturnos donde los gays acuden a probar si lo son. Como si toda la existencia homosexual se ciñera a este modo de vida.

Decir esto es tan injusto como afirmar que cuidado con los curas y con meter a los niños y niñas en las sacristías porque ha resultado que no uno ni dos sino multitud de ellos son pederastas y la Iglesia los ha encubierto toda la vida. O como defender que todos los hombres son aficionados a la prostitución porque hay cantidad de ellos en los “clubes de alterne” y éstos proliferan en pueblos y ciudades.

Por lo que respecta al aborto, llama la atención que la Iglesia, que tanto insiste en el papel procreador conjunto de los hombres y mujeres, condene sólo a éstas por abortar. ¿Es que los embarazos en estos casos se producen por intervención divina? ¿No tiene nada que decir la jerarquía eclesiástica a los varones sobre este asunto? Está visto que no.

Las críticas a estas declaraciones han llegado de los principales interesados: las organizaciones de gays, lesbianas y transexuales. No obstante, también ha habido una voz dentro de la jerarquía que se ha atrevido a disentir de Reig Pla. En un gesto loable, el arzobispo de Barcelona, Carlos Sistach, ha pedido “respeto” para los homosexuales.

Algo es algo en una Iglesia inmovilista y controlada por los sectores más fundamentalistas, a los que representa perfectamente el obispo de Alcalá de Henares.

Y ahí queda igualmente para la esperanza el gesto de esos trescientos curas austriacos, “desobedientes organizados”, como los ha calificado el papa, que también estos días han pedido el sacerdocio para las mujeres y los casados.

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia