Ciudades sin parques

Nueva York no sería Nueva York sin Central Park, ni París París sin su Bois de Boulogne, ni Madrid Madrid sin su Casa de Campo… Bilbao sería menos Bilbao si le quitaran su Arenal y su Parque de Doña Casilda, Vitoria sin su Parque de la Florida perdería casi todo su encanto… Y así sucesivamente, ya me dirán ustedes qué le quedaría a Donostia sin su Igeldo, aunque con la Concha podría arreglarse un poco.

Toda ciudad que se precie debe tener un espacio amplio con árboles gigantes y avenidas sombreadas, escondites y recovecos, pistas para jugar, bancos para decirse amores y besarse entre dos luces, o para masticar pipas de girasol entre amigos. Un parque para que todas las madres paseen a sus niños en sus cochecitos, al abrigo  de ruidos de motores y frenazos, para que los niños salten y hagan cabriolas en sus columpios y sus cachibaches, y nuestros “txikis” trisquen como cabritillos en libertad.

Toda ciudad y todo pueblo. Porque antes, cuando las gentes vivían en los baserris, tenían la naturaleza entera a la puerta de casa. Pero a día de hoy nos hemos juntado todos en la calle, amontonados en bloques separados justo por una calzada llena de coches y unas aceras más bien estrechas. Unos pueblos que ni han sido pensados ni son aptos para niños, para que los niños puedan andar sueltos y sin peligro en plena naturaleza sin salir del entorno urbano.

Y los parques son como el pulmón de los pueblos, como el paraíso donde vivieron los primeros habitantes de la tierra. Los parques nos proporcionan la compañía de árboles gigantes. Necesitamos vivir cerca de algún bosque; dicen que nuestro planeta se agota, que lo está envenenando el CO2. Pero para otros nuestro planeta se muere porque están cargándose los bosques de la Amazonía, y los del Africa tropical, y los de Nueva Guinea y Borneo. Nos quedamos sin árboles, sin fauna, sin purificadores del aire, el planeta se muere a medida que se queda sin árboles.

Es lo mismo que pasa en nuestras ciudades. Una ciudad sin parques es como una cárcel cuyos habitantes terminan por parecer figuras hechas de ladrillo y hormigón y cogen color de hollín de tubo de escape y el CO2.

Felizmente, urbanistas y ayuntamientos del Duranguesado han tomado conciencia del problema. Y Amorebieta se ha dotado de un Parque de Nafarroa lleno de árboles, ha soltado patos en el río y les ha preparado una charca, ha acercado el Ibaizabal en casi todo su recorrido al alcance de los vecinos.

Y Abadiño-Zelaieta ha recuperado un palacio con sus amplios jardines en el mismísimo centro, junto al Ayuntamiento y la Iglesia. Y Berriz, que tenía junto a la iglesia un hermoso parque privado de la Marquesa, ha conseguido abrirlo como espacio público. Y hasta Iurreta ha conseguido liberarse de una fundición entre el barrio de Montoia y el Ibaizabal.

Lástima que Zaldibar tenga unos hermosos jardines también en el centro, ocupados en exclusiva por un Centro hospitalario; justo lo que necesitaría para disponer de un espacio de descanso y sombra. 

Quedan otros espacios arbolados y ajardinados aquí y allá, en Amorebieta, en Durango, en manos privadas. Quizá las carencias de Durango en este particular resultan especialmente llamativas por aquello de que siendo la capital de la comarca no disponga de un parque digno de ese nombre. Van ya años en que un amplio espacio urbano comprendido entre la carretera de Elorrio y el río sigue cubierto por pabellones industriales que no se usan, y palacetes de propiedad privada.

Y ese río de Mañaria que atraviesa todo el casco urbano, maltratado, escondido, tapado por edificios que, si por San Agustín ostenta al menos la gracia de sus balcones y sus lavaderos tradicionales, más tarde estrecha el cauce y hasta uno de los edificios se monta a caballo sobre la corriente. Cierto, le queda todo el encanto de sus robles y alisos al borde del agua en Tabira, algunos rincones coquetos habilitados en estos últimos años, el embrujo del molino y la presa cuando se despide de la Villa bajo el puente de Iurreta, pequeñas muestras del río que pudo ser y no es…

Con esto de la crisis, no es el momento de pedir a nuestras instituciones que nos hagan algún parque más, mucho más teniendo en cuenta que debe haber problemas para terminar el soterramiento de las vías y para llevar adelante al macroproyecto del AHT-TAV. Pero permítasenos al menos añorar, soñar unas ciudades más habitables.,.

Honorio Cadarso es periodista