Amanat

Millones de indios lloran en el inmenso subcontinente asiático de 1.300 millones de habitantes a Joyti Singh Pandey, a la que la opinión pública ha rebautizado con el nombre de Amanat, joven de 23 años estudiante de fisioterapia que fue violada por seis energúmenos en un autobús y murió hace unos días a consecuencia de las torturas que acompañaron a su violación.

Dicen que en India se produce una violación cada 20 minutos. Que ni los tribunales ni la policía ni el gobierno hacen gran cosa por impedir y combatir estos crímenes. Que hace unos días otra joven india violada se suicidó ante la nula voluntad de la policía por castigar a los culpables.

Las reacciones masivas de la población contra estos crímenes han despertado la conciencia de los gobernantes indios que se proponen endurecer las leyes y tomar medidas para frenar estos abusos. Se habla incluso de aplicar la pena de muerte a los violadores. Y el padre de la joven ha declarado que no descansará hasta ver a los seis violadores de su hija ahorcados.

Joyti Singh Pandey, Amanat, se ha convertido en la punta de lanza de un movimiento de las mujeres indias que han decidido acabar de una vez con el desprecio de que son objeto. El país de Bollywood, el país emergente que a una con Brasil, la China, Méjico y otros países lleva una velocidad de crucero de las más altas en crecimiento económico, el país que está dando al mundo los más dotados cerebros en informática y los más altos directivos de las finanzas internacionales, vive todavía en las tinieblas de la esclavitud femenina.

Algo parecido ocurre en Pakistán, donde Malala, una adolescente escolarizada, ha recibido un balazo en su cerebro por defender el derecho de las niñas a acudir a las escuelas y recibir educación como los hombres. O en Afganistán, donde las mujeres son casadas a la fuerza, y se rebelan ante esta injusticia empapando sus ropas con petróleo y prendiéndose fuego.

El año 2012 ha sido testigo de una primavera árabe, un grito multitudinario de libertad y democracia que ha resonado desde Rabat hasta El Cairo, Yemen y Siria. Y las protagonistas de ese grito atronador han sido las mujeres árabes, las hermanas y amigas de tantas emigrantes con las que nos cruzamos en la calle, en el mercado, a la puerta de los colegios, muchas de ellas tocadas con el velo de rigor, algunas vestidas a la europea… Aunque solo fuese por eso, todas estas emigrantes se merecen todo nuestro respeto y admiración.

Mientras tanto, en la civilizada Europa, la derecha política se empeña en volver a encerrar a la mujer en la cocina; mientras tanto, en la Iglesia católica solo se permite a las mujeres asistir al altar en las mismas funciones que antes ejercían los monaguillos, y se pretende definir hasta dónde se puede usar el condón, prohibir o penalizar el aborto, el divorcio… Mientras tanto, carreteras y ciudades de Europa se cubren de clubs nocturnos donde la trata de blancas compradas baratas en el Tercer Mundo se ha convertido en el deporte rey de nuestra civilizada sociedad.

Hubo un poeta francés que se llanaba Louis Aragon, comunista él, activista de la Resistencia a las tropas alemanas de ocupación, que consagró una frase lapidaria: “La mujer es el porvenir del hombre”.
 
¡Eso es! Joyti Singh Pandey, la Amanat india violada en el autobús camino de Nueva Delhi, es el porvenir de la India que lucha por salir de la miseria. Malala, la adolescente que recibió una bala en su cerebro y lucha por recuperarse, es el porvenir de Pakistán. Las mujeres que se inmolan con fuego de petróleo, son el porvenir de Afganistán. Los millones de mujeres que llenaron la plaza Tahrir de El Cairo esta primavera, y las plazas de Túnez, Marruecos, y todo el Norte de Africa y el Próximo Oriente, son el porvenir de sus países. El anuncio de una humanidad nueva en la que al ser humano se le reconocerán todos sus derechos.

Honorio Cadarso es periodista