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Mezuak

Es tiempo de cerezas, aunque sus precios prohibitivos las conviertan casi en un manjar. Te llevas cincuenta euros en la cartera y te has gastado casi veinte en galletas, un poco de fruta y algunos yogures. La señora Ana ha comprado en la tienda del barrio. Le apena ver en sus inmediaciones otros comercios que lo intentaron y fracasaron. Desea ver vida a su alrededor. La compra resulta un poco más cara que en un hipermercado, pero ya renunciará  a otro artículo supérfluo e innecesario para compensar la diferencia. No es falta de costumbre precisamente, pues ya conoció la virtud, primero como madre y después como abuela.

Se arma un gran lío con las nuevas monedas de euro y sus divisiones menores. A su edad, es la propia tendera quien le recoge de sus manos la calderilla para redondear la cuenta.

La señora Ana no sale mucho del extrarradio donde ha habitado casi toda su existencia. Aunque con el paso de los años, la villa ha ido creciendo y ahora la civilización le ha atrapado.

Cualquiera de estos días de primavera pudo ser que se cruzó en la calle con su vecina Alicia del segundo piso con quien comparte ascensor en ocasiones. Esta vez, Ana no respondió al habitual saludo educado. Más bien pasó al lado de aquella, como sin verle, con la mirada ausente o perdida en algún producto de su propia mente.

Se la ve un hermoso domingo en el andén del apeadero, meneándo nerviosamente el abanico en una mano y con una bolsa campera de mimbre en la otra. Ha decidido ir a la playa. En el extremo, un par de despiadados mocosos que se han escondido para hacer sus trastadas, le arrancan las patas a un saltamontes. Más cerca de ella, una cuadrilla de quinceañer@s, tumbados o sentados en el suelo, se pasan una litrona de la que beben a morro. Algunos de ellos están fumando. Han montado una algarabía propia de su edad y ni siquiera son capaces de advertir la presencia de la señora Ana.

??sta comienza a impacientarse porque el tren no llega. Tras un largo rato de espera, quizás una hora, se dirige al grupo de jóvenes para preguntarles: -¡Que el tren ya no pasa por aquí señora!, hace meses que está soterrado. ¿Es que está usted mal de la cabeza? ¡Déjenos en paz!- le responde uno de ellos. Los demás ríen.

-Será mejor que no seais tan sinvergüenzas y maleducados con una persona mayor. Ya vendrán mis amigas enseguida, para ir con ellas-les contesta un tanto azorada la pobre mujer.

La buena de Noemí contempla la escena desde su balcón y decide bajar:

-¡Hola Anita! Soy Noemí, la del quinto. ¿No me conoces?
Un poco confusa, Ana no le responde, pero se deja acompañar.
-¿Sabes lo que haremos? Como veo que no llegan tus amigas y nosotros vamos a ir a la playa en coche con el niño, te llevamos. ¿Te parece bien?- le propone su amable vecina.
-Bueno…pero a las 7 en casa ¿eh?, que tengo que preparar la cena.
Luego, al agacharse para entrar al automóvil, se encuentra en el suelo un sobre blanco que tiene escrito a bolígrafo ???mezuak???. Se agacha y lo recoge diciendo: -es de mi novio, ¿sabéis?

(A la memoria de mi madre que murió con Alzheimer)

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.

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0 Comentarios

  1. Agustín Ruiz Larringan

    Un homenaje también para el resto de gente que tiene en su familia algún miembro con esta enfermedad. Eso me gustaría que fuera. Gracias por tus palabras, Maite.

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  2. Agustín Ruiz Larringan

    Un homenaje también para el resto de gente que tiene en su familia algún miembro con esta enfermedad. Eso me gustaría que fuera. Gracias por tus palabras, Maite.

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