Crisis y cambio climático

La economía mundial baila en estos tiempos la pachanga del petróleo y la energía nuclear. Son ricos los países y los ciudadanos que manejan estas dos fuentes de energía, pagamos los platos rotos los que, ni tenemos recursos energéticos en nuestro subsuelo, ni tecnología para producir energía nuclear.

En este país de nuestros dolores contábamos con una tecnología dirigida a explorar y producir energías no contaminantes como la eólica, la solar, incluso la marítima, pero el gobierno de Madrid está recortando los gastos en educación e investigación, y ha decidido que no resulta rentable invertir en estas energías, justo en el momento en que las Naciones Unidas reclaman el desarrollo de las energías renovables. Listos que somos en este península sureuropea…

Y es que 831 científicos de 85 países convocados por la ONU lanzan un grito de alarma ante la progresiva aceleración del proceso de calentamiento global y deshielo de los polos, y anuncian que el nivel de los mares podría subir hasta 82 centímetros al final del siglo XXI, fenómeno que afectaría a todo el mundo, pero especialmente a la península ibérica.

Desde 1880 hasta hoy, la concentración de CO2 en la afmósfera ha aumentado en un 40%, y podríamos llegar al año 2100 con una subida de temperaturas de 4,8 grados.

La alarma ecológica o medioambiental debería empujar a la humanidad a cambiar los sistemas productivos y los objetivos económicos, así como nuestra relación con el medio natural, radicalmente. No es posible continuar un consumo de carburantes minerales que está envenenandonos a todos y pone en riesgo la supervivencia del planeta tierra. A una con la reducción del consumo de petróleo y el protagonismo del automóvil y del transporte se impone la potenciación de energías renovables, el cultivo directo de la tierra por parte de la población para producir junto a su vivienda los alimentos, junto con el cuidado del recurso del agua y de todos los medios que aseguran nuestra supervivencia.

Ya no sirve la teoría ni el ideal del desarrollo por el desarrollo, a cualquier precio y de cualquier forma. Ese icono endemoniado y suicida debe ser sustituido por el otro de la sostenibilidad, de la convivencia armónica del ser humano con el medio ambiente.

Y, ¿por qué no? se impone sustituir el ideal de enriquecerse a toda costa por el otro mucho más humano de facilitar el equilibrio, la igualdad de oportunidades y un mínimo vital de bienestar para todos los habitantes del planeta. El capitalismo desenfrenado condujo a la humanidad en el siglo pasado a las dos guerras mundiales de 1914 y 1940, y a un período intermedio de fascismo en los años 1930 y 1940. En los años 1960 y 1970, las diferencias entre ricos y pobres, entre capitalistas y asalariados, se redujeron sensiblemente y condujeron a un período de estabilidad y de paz social.

El final del siglo XX y el inicio del XXI con sus secuelas de burbujas inmobiliarias y tsunamis financieros han reavivado las tensiones y están ahondando las diferencias entre los pocos dueños de casi toda la riqueza del mundo y la inmensa masa de hambrientos y carente de casi todo, y pueden conducirnos a una nueva explosión de signo belicista y fascista como lo de los años 1930 y 1940. Ha nacido una Europa de la miseria en su lado sur, y otra de la opulencia en el lado norte, un Primer mundo y un Tercer Mundo cada vez más alejados y enfrentados.

Por ese lado, el futuro de la especie humana se presenta también muy negro.

Hay que cambiar el diccionario: borrar la palabra desarrollo, por la otra sostenibilidad; borrar la palabra enriquecerse a toda costa por la otra: limar desigualdad, acercar niveles de vida de todos.

Honorio Cadarso es periodista