La cima del mundo

Qué mejor cuando todo
el entorno agobia lo indecible que
evadirse de todo y de todos. Y,
así, a priori, qué
mejor lugar de evasión que
la cima del mundo, ¿no?

El lugar más alto del
planeta se antoja como el lugar
mítico por antonomasia,
indomable e inalcanzable, un poco
como esos otros hitos del orbe que
rezuman magnetismo y un halo de
inexpugnabilidad no exento del
tradicional romanticismo
aventurero. El Mato Grosso
amazónico, el parque
Serengueti, el grandioso
Kilimanjaro, el Eiger, la isla de
Pascua, los desiertos de Atacama,
Sahara, Kalahari y Gobi, el Cabo de
Hornos, el parque Denali, los
Urales, los territorios del Yukon, la
Antártida, el
Karakórum y el Himalaya…
son nombres que, per se,
abruman.

Son lugares cuya sola
mención evoca
hazañas y épicas
luchas libradas entre aguerridos
hombres y la portentosa
Naturaleza. Son lugares que nos
imaginamos que están
ahí, o que deben estar
ahí, pero muy lejos y nunca
a nuestro alcance. Son lugares
que, en definitivamente, tenemos,
casi siempre, idealizados hasta el
extremo.

Pero vivimos en el siglo XXI. Y
la tecnología, y los medios,
es decir, el dinero, puede
comprarlo todo, o casi todo,
despojándolo de su singular
esencia. Tanto que, algunos
(muchos) de esos lugares
míticos que he citado, se
han convertido, en nuestros
días, en algo parecido a
centros de vacaciones.

Ya me habían dicho
que, por ejemplo, lo que
más llama la
atención en varias zonas
del Himalaya, es el gentío
que transita por doquier, y las
toneladas de basuras que genera y
abandona. Y he de reconocer que,
cuando hoy me he enterado de
que un japonés
octogenario, aquejado de alguna
dolencia cardíaca y operado
de las caderas ha hecho cumbre en
el Everest, me he llevado una
pequeña-gran
decepción.

Por supuesto, no quiero quitar
ni un ápice de
mérito al veterano
escalador, que lo tiene, y mucho.
Es más, reconozco
abiertamente que lo envidio, y
mucho, por haber alcanzado esa
edad en una condición
física extraordinaria, y
porque ha podido culminar un reto
formidable.

Pero siento que se me ha
caído un mito. Es como si
pensara que, posiblemente, incluso
yo mismo, podría llegar a
hollar esa cumbre si tuviera medios
para costear el operativo
pertinente. Cuando llegas a pensar
que puedes alcanzar algo, lo miras
de otra manera, con menos
admiración. Al final, casi me
imagino que aquello, con buen
tiempo, es como subir al Anboto,
saludando a la hilera de
montañeros que bajan
alegres de la cima.

Un momento.
Reflexión. Seguramente, si
lo intentara me toparía de
bruces con la realidad, y me
daría media vuelta a la
primera de cambio, porque no creo
que la subida al Everest sea un
trekking de fin de semana…

Pero se me ha caído el
mito. Y me siento mal, porque me
sucede eso en vez de pensar que
el bueno de Yuichiro Miura, que ya
atesoraba otras dos escaladas
anteriores al Everest, es un crack.
Ya ven, me ha podido que haya
llamado a su hija desde la propia
cumbre para darle el
notición.

Los móviles le quitan el
romance a cualquier cosa. 

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango