Navidades no religiosas, austeras y solidarias, por ejemplo

Estamos en 2013 y hemos superado un ciclo del calendario Maya sin catastróficas consecuencias. También se han acabado las navidades, y salvo boda, bautizo, comunión, o cumpleaños no hay regalos a la vista hasta dentro de un año. Los Reyes y el Olentzero ya se han retirado, y ahora toca adelgazar pagando el gimnasio (no está científicamente demostrado que sin ir tenga resultados) y volver a clase. Del trabajo no digo nada, porque tal y como están las cosas son más los que se van que los que vuelven.

El caso es que me ha dado por pensar en las navidades, dado que las obligadas cenas familiares, los adornos, luces y regalos generan un ambiente bastante propicio para darle vueltas a la cabeza. Vaya por delante que a mí, en contra de la moda imperante, las navidades me gustan, independientemente de su carácter religioso, para unos. Digo para unos, porque hay otros que las viven de otra forma, y a mí ambas me parecen legitimas. Hace unos años, de viaje en Japón descubrí cómo se disfrutaban unas fechas con desconocimiento absoluto de su carácter religioso: las calles se decoraban, en todas las casas se colocaban regalos debajo del árbol y se celebraba el año nuevo. Nada excesivamente diferente a lo que aquí celebramos, y de una forma que aquí cada vez se da más, sobre todo entre los jóvenes que no han recibido educación religiosa, y que están huérfanos de los orígenes culturales de sus propias tradiciones, cosas que no se aprenden en catequesis, pero que no estaría de más enseñar en alguna asignatura a lo largo de la vida educativa. Pero eso sería otra historia y no de lo que quería hablar hoy.

A donde quería llegar es a que la Navidad en sí misma, se viva como se viva, sobre todo en la infancia, es felicidad. La cara de un niño al abrir un regalo, al mirar las luces del árbol, al juntarse con sus primos para cenar, es la misma, se tenga conciencia del origen de la tradición o no, se viva desde un punto de vista religioso o no. La navidad es un mundo Disney hecho realidad durante unos días al año. Y es además, para los adultos que sean incapaces de sentir el más mínimo atisbo de calor en sus corazones, un gran bien económico.

La Navidad también puede ser analizada desde el punto de vista cuantitativo. No es casualidad la bajada del paro de diciembre, y las navidades austeras de quienes se ven obligados a vivirlas así son una desgracia. Pero la austeridad en aquellos que tienen, la austeridad mal entendida tan extendida últimamente, austeridad de la apariencia, que consiste en aparentar que gasto poco, eso no es austeridad, es pobreza. Austeridad que por ejemplo obliga a los ayuntamientos a encender las luces de navidad días más tarde porque lo que se lleva es el ahorro, aunque ese gasto produciría beneficios en los comercios que rodean a las luces, que a su vez generaría impuestos, puestos de trabajo??? (esto es solo un ejemplo, quizá no el mejor). En definitiva, que en la parte que todavía evitamos de austeridad durante unos días con la excusa navideña: ¡Bendita Navidad!

Para terminar voy a reconocer que hay algo de esta época que no me gusta nada, y es toda esa solidaridad a raudales que aparece junto con el turrón. Solidaridad navideña que parecen olvidar el resto del año, porque el 7 de enero, la gente sigue en el paro, y de nada le habrá servido comer pavo en Nochebuena si el día 8 no tiene que llevarse a la boca. Solidaridad es crear los recursos para que la gente pueda valerse por si misma, es crear puestos de trabajo. Ser solidario es pagar sus impuestos, pedir factura por arreglar la cocina, pagar el IVA, pagar por la película y el disco, no especular, no jugar con el dinero de los demás y muchas más cosas durante todo el año. Y si después de no colaborar en la destrucción del bienestar de nuestros iguales, queremos colaborar con ONGs, bienvenida la colaboración. Pero no intenten ustedes poner tiritas en heridas de metralla para satisfacer su espíritu solidario navideño, eso no.

Técnico de la Oficina de Información Juvenil de Amorebieta.