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Más tiempo de protesta

No he podido evitar acordarme ayer de la genial novela de Martín Santos ‘Tiempo de Silencio’. No fue por nada relacionado con su trama, ni con su heterodoxa estructura. Fue, soy así de simple, por su título.

En alguna ocasión he expresado que no considero, al menos de un modo apriorístico, que las huelgas sean el instrumento eficaz para mejorar una maltrecha economía, ni, a veces, para obtener mejoras en las condiciones de trabajo. Pero lo que sucede es que, en ocasiones, como la que nos toca capear, la protesta de viva voz, aun sin ser el mejor, es el único recurso que nos queda para restaurar nuestra cada vez más erosionada dignidad.

Naturalmente, esto no tiene nada que ver con el silencio. Más bien lo contrario. Tiene que ver con que vivimos tiempos de protesta, casi como aquellos en los que, en blanco y negro, crujían los estertores de la dictadura franquista.

Y tampoco puedo, al escribir esta última palabra, evitar otra simple asociación de ideas, y acordarme de la nefasta y odiosa comparación que la señora Cospedal hiciera, equiparando la ocupación, más o menos pacífica, de los aledaños del Congreso por parte de unos airados ciudadanos, con el intento golpista, armas en ristre, y con tiros por bandera, protagonizado por el Coronel  Tejero y sus secuaces, a quienes, dicho sea de paso, les salió barata la cuenta de la pena que tuvieron que pagar por sediciosos. Eso dice mucho de su catadura política, y, si me apuran, personal.

Cierto que toda manifestación incluye a un puñado de facinerosos que se encargan de deslegitimar con su absurda violencia, el ejercicio de un  respetable y protegido derecho civil y político. Pero, yo al menos, no percibí a quienes secundaron el llamamiento de crear un cerco humano en torno a las instituciones que, supuestamente, representan los intereses del pueblo, como un grupo de peligrosos delincuentes dispuestos a poner en jaque el equilibrio estructural de la democracia.

Más bien se comportaban como la cola de la cola del huracán que los llamados indignados intentaron provocar aquel 15 M. Pero en lugar de huracán, hubo ventolera, a imagen y semejanza de la ciclogénesis (no explosiva) que nos acompañó durante la tarde-noche del domingo.

Y miren por dónde, hubo personas que terminaron ante la mismísima Audiencia Nacional sólo por soplar fuera de tiesto, por algo así como atentar contra el sistema. Sólo esto último debería dar cancha para otro tiempo de protestas. ¿No les parece?

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango

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