El sollozo de Ada Colau

Es difícil imaginar las lágrimas que lloró Ada Colau, al sentirse insultada en lo más íntimo y sagrado de su ser de mujer,  en Teresa May, Angela  Merkel, o Hillary Clinton, en ninguna mujer de las que han ocupado u ocupan puestos relevantes en el mundo de la política. Y es que las lágrimas de Ada Colau desvelan y ponen a la luz del día un alma original, una sensibilidad a flor de piel, una cercanía a su ciudad y su sociedad, un respeto a sí misma y a sus conciudadanos muy muy especial.

Porque la sociedad en general  y los ciudadanos que rodean a Ada Colau son colectivos que viven en el compadreo y comadreo, en el quedar bien a toda costa, en los juegos palabras para no decir nada y quedar bien.

Porque ante los insultos a lo más íntimo y sagrado de la mujeres, otras políticas quizá los habrían tomado a risa. Porque en aquella plaza de San Jaume donde se produjeron, justo a los pocos minutos de haber sido proclamada alcaldesa de Barcelona, los compañeros de Ada Colau en el gobierno de la ciudad no tuvieron la cortesía de dar la cara por la alcaldesa y dieron suelta a su talante de malos perdedores.

Y allí, sola y desamparada de todos, sola con su vara de gobierno municipal, ante un universo muy marcado por el machismo más antidiluviano y grosero, Ada Colau demostró una grandeza de ánimo y una sensibilidad que seguramente la han acreditado como una de las políticas más responsables y servidoras del pueblo que se mueven por los despachos y por las tribunas y los parlamentos.

Honorio Cadarso es periodista