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Santos Arriandi

El “Gernika” y Bergamín

José Bergamín, eterno exiliado de la República, que quiso morir y ser enterrado en tierra vasca, fue quizá el promotor más importante del “Gernika” pintado por Picasso, ese otro símbolo de Euskadi y de la República española exiliado como su promotor, al que han traído a Madrid, pero no a la España republicana que soñaron sus autores.

Vale la pena recuperar de los recovecos de la historia las vidas paralelas de este hombre y este lienzo en este 14 de abril, aniversario de la República española, que trajo a Euskadi la esperanza de un Estatuto que reconociese los derechos de Euskal Herria.

José Bergamín, malagueño de pura cepa, ensayista, poeta, comunista y católico tan fervoroso en lo primero como en lo segundo, discípulo y admirador de Miguel de Unamuno y de sus eternas paradojas y contradicciones, llegaron por los mismos caminos a  conclusiones aparentemente contradictorias: porque Unamuno, vasco de nacimiento y de estructuras mentales, se pasó la vida alardeando de español, mientras que Bergamín, andaluz empedernido, de la Generación del 27, terminó sus días en Euskadi gritando a los cuatro vientos que “un español no puede permitirse no ser vasco sin dejar de ser español”.

Justamente fue quizá el doloroso parto del Gernika de Picasso, al cual asistió Bergamín como “partero mayor”, asesorando al pintor malagueño, sugiriéndole el tono exacto de los mensajes a transmitir en el lienzo, fue aquel parto del Gernika el que consolidó en José Bergamín su afecto y admiración por Euskal Herria. Porque en aquel momento, 1936 y 1937, Euskad se lo jugaba todo a una carta en defensa de la República; porque en aquel momento la Iglesia vasca era la única comunidad cristiana que se posicionaba al lado de la República.

José Bergamín, el Gernika y la República perdieron la guerra “incivil” de 1936-1939 y tuvieron que irse al exilio. Pero Bergamín se empeñó en volver, pero volver “sin volver atrás de nada”, se negó a aceptar el exilio como forma de vida. Volvió en 1958 y el mismo Fraga en persona lo volvió a enviar al exilio. Nuevamente volvió en 1970 para que darse definitivamente… pero finalmente, rechazado por todos en Madrid, extranjero en su propia patria, se refugió en Euskadi, donde el mundo abertzale lo acogió con los brazos abiertos.

Como Bergamín, el Gernika acechaba desde Nueva York la hora de volver a la península, en cumplimiento de la voluntad de Picasso. Su regreso estuvo envuelto en no pocas polémicas, la primera de ellas y la principal, el deseo expreso de Picasso de que el cuadro no debería volver a España hasta que no fuese restaurada la democracia…

Si por José Bergamín fuese, el Gernika seguiría en su exilio de Nueva York. “Volver no es volver atrás/ Lo que yo quiero de España/ no es su recuerdo lejano/ Lo que yo quiero es volver/ sin volver atrás de nada”. La instauración de la monarquía juancarlista, para José Bergamín, suponia un volver atrás: “Mi mundo no es de este Reino”, juraba y perjuraba. Y una unidad impuesta no es unidad, José Bergamín contempla cualquier intento de unión entre los pueblos de la península como el resultado de una acuerdo libre entre ellos.

José Bergamín, muerto en 1983, pidió ser enterrado fuera de su patria “para no dar mis huesos a tierra española”; sus amigos no pudieron cumplir su deseo, y descansa en el cementerio de Hondarribia, a un tiro de piedra de la frontera de Hendaya.

Quizá el Gernika de Picasso reposa contra su voluntad en un Madrid y una España a la que se considera un país democrático, pero a la que algunos, entre ellos Picasso y Bergamín, desearían republicana.
 

Honorio Cadarso es periodista

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José Bergamín, eterno exiliado de la República, que quiso morir y ser enterrado en tierra vasca, fue quizá el promotor más importante del “Gernika” pintado por Picasso, ese otro símbolo de Euskadi y de la República española exiliado como su promotor, al que han traído a Madrid, pero no a la España republicana que soñaron sus autores.

Vale la pena recuperar de los recovecos de la historia las vidas paralelas de este hombre y este lienzo en este 14 de abril, aniversario de la República española, que trajo a Euskadi la esperanza de un Estatuto que reconociese los derechos de Euskal Herria.

José Bergamín, malagueño de pura cepa, ensayista, poeta, comunista y católico tan fervoroso en lo primero como en lo segundo, discípulo y admirador de Miguel de Unamuno y de sus eternas paradojas y contradicciones, llegaron por los mismos caminos a  conclusiones aparentemente contradictorias: porque Unamuno, vasco de nacimiento y de estructuras mentales, se pasó la vida alardeando de español, mientras que Bergamín, andaluz empedernido, de la Generación del 27, terminó sus días en Euskadi gritando a los cuatro vientos que “un español no puede permitirse no ser vasco sin dejar de ser español”.

Justamente fue quizá el doloroso parto del Gernika de Picasso, al cual asistió Bergamín como “partero mayor”, asesorando al pintor malagueño, sugiriéndole el tono exacto de los mensajes a transmitir en el lienzo, fue aquel parto del Gernika el que consolidó en José Bergamín su afecto y admiración por Euskal Herria. Porque en aquel momento, 1936 y 1937, Euskad se lo jugaba todo a una carta en defensa de la República; porque en aquel momento la Iglesia vasca era la única comunidad cristiana que se posicionaba al lado de la República.

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Como Bergamín, el Gernika acechaba desde Nueva York la hora de volver a la península, en cumplimiento de la voluntad de Picasso. Su regreso estuvo envuelto en no pocas polémicas, la primera de ellas y la principal, el deseo expreso de Picasso de que el cuadro no debería volver a España hasta que no fuese restaurada la democracia…

Si por José Bergamín fuese, el Gernika seguiría en su exilio de Nueva York. “Volver no es volver atrás/ Lo que yo quiero de España/ no es su recuerdo lejano/ Lo que yo quiero es volver/ sin volver atrás de nada”. La instauración de la monarquía juancarlista, para José Bergamín, suponia un volver atrás: “Mi mundo no es de este Reino”, juraba y perjuraba. Y una unidad impuesta no es unidad, José Bergamín contempla cualquier intento de unión entre los pueblos de la península como el resultado de una acuerdo libre entre ellos.

José Bergamín, muerto en 1983, pidió ser enterrado fuera de su patria “para no dar mis huesos a tierra española”; sus amigos no pudieron cumplir su deseo, y descansa en el cementerio de Hondarribia, a un tiro de piedra de la frontera de Hendaya.

Quizá el Gernika de Picasso reposa contra su voluntad en un Madrid y una España a la que se considera un país democrático, pero a la que algunos, entre ellos Picasso y Bergamín, desearían republicana.
 

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