Colgajos

Por los años 80, cuando la ecología no estaba tan de moda, alguien puso una taza de retrete en el pilar de un puente sobre el Ibaizabal, en el centro de un pueblo del Duranguesado, con un letrero que decía: “Meditemos sobre el río”.

Hoy, cuando las lluvias persistentes han puesto al Ibaizabal a punto de desbordarse, vale la pena volver a esa misma meditación y contemplar los miles de plásticos de mil colores que se han posado sobre los árboles de las riberas y le dan al cauce un aire de tendedero de harapos y trapos viejos y sucios.

Antaño eran los malos olores del agua, los desagües de productos químicos que mataban a los peces y convertían el río en un cementerio, Todo se solucionó con una mayor vigilancia de los guardas de ríos, con denuncias de los vecinos y medios de comunicación y una mayor vigilancia de la Administración vasca. A más de la red de estaciones de saneamiento instaladas en varios puntos del Ibaizabal.

Además, de tiempo en tiempo, para concienciar a los jóvenes y menos jóvenes, se organizaban trabajos de limpieza de todos los ríos de la merindad de Durango y Zornotza.

Hoy, entre otras posibles carencias, por ejemplo, la práctica desaparición de los cangrejos, nos queda eso de los plásticos que pueblan las ramas de los árboles ribereños. Plásticos, material no biodegradable, que dicen que está formando un sexto continente en el Oceano Pacífico y en los otros océanos de la tierra, y aquí dejan el Ibaizabal impresentable y quizá nos avergüenzan ante los cientos de miles de turistas que nos visitan.

Habría que hacer algo, retirar de vez en cuando todos esos colgajos y pingajos que han tomado el relevo a los nidos de jilgueros y ruiseñores de otros tiempos…

Honorio Cadarso es periodista