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Santos Arriandi

San Juan, San Juan

El solsticio acaba de marcar el pistoletazo de salida de un extenso y esperado catálogo de eventos festivos veraniegos. Sopela, Sestao, Mundaka, Leioa, Eibar y otras muchas localidades y barrios celebran la festividad de San Juan, siempre a caballo entre el culto religioso y el rito pagano.

Los pueblos siempre han organizado sus fiestas patronales por todo lo alto; con pompa y boato, echando, en los buenos tiempos, la casa por la ventana, y con gran regocijo de sus vecinos. Incluso este año aciago en lo económico no faltarán la alegría, ni las ganas de jolgorio, aunque las actividades oficiales programadas sean menos y más modestas que nunca.

A fin y al cabo, el verano ha estado, desde tiempos inmemoriales, asociado a cierto relajo físico, e incluso moral, socialmente tolerado después de pasar un largo invierno y de sobrevivir a una ajetreada primavera. Una inocente concesión al hedonismo.

A nadie, por muy reaccionario que sea, se le escapa que salir de fiesta, encima sin lluvia ni frío que molesten, no deja de ser un extraordinario antídoto contra el tedio y la tristeza, además de una evanescente coartada para eludir, al menos hasta la mañana siguiente, los problemas cotidianos. Y una oportunidad para hablar de cosas banales, intrascendentes, y, sobre todo, para reír y reír, aunque no concurra causa coherente o justificada para ello.

Tanto es así que las sociedades modernas hemos tenido la sensatez de procurarnos, a golpe de decreto, de unos días de asueto y permisividad, más allá de los Carnavales antelasa de la larga y onerosa cuaresma.

Y dado que vivimos, y me temo que viviremos durante un largo tiempo, en una sempiterna cuaresma, les avanzo que, al menos yo, me propongo disfrutar de cada pequeño gran momento que pueda ofrecerme este verano, casi como si fuera el último. Lo cual no es, necesariamente, ni irresponsable, ni irracional.

Al contrario, tanta austeridad mal entendida, empieza a sonar cansina, triste y lúgubre. Que una cosa es derrochar o dilapidar como, por ejemplo, construir un aeropuerto fantasma en Lleida, o en Castellón, y otra bien distinta activar la economía más cercana, esa que nos rodea a diario, invirtiendo un puñado de euros en descansar, o en comer y beber, a gusto y en buena compañía. O aprovechando las rebajas para concedernos ese pequeño capricho que tanto nos merecemos y ante el que no terminamos de sucumbir. Y todo, sin que nuestra conciencia se resienta por ello.

Así que voto para que las hogueras de San Juan destierren los peores augurios, y por que de los fuegos y sus cenizas renazca, tan sólo, un poquito de ilusión y optimismo con el que encarar el otoño.

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