Cuatro mujeres han denunciado haber sufrido violencia sexista en Durango en el plazo de una semana y ayer supimos que otra más ha sido objeto de maltrato. La última Aste Nagusia o los ‘Sanfermines’ no han destacado por el ambiente y participación, sino por las violaciones y agresiones sexuales ocurridas, y en las concentraciones festivas, más que entonarse bilbainadas o el Riau-riau, se han coreado consignas como ‘Aski da’ o ‘No es no’. Es de celebrar que cada vez se acerquen más personas a estos actos de rechazo.
Los foros de las noticias suelen ser lugares interesantes para sondear el sentir y el pensar de la audiencia de cada medio. Vistos los comentarios sobre las agresiones en Bilbao, mi impresión es que sigue sin entenderse lo que es la violencia sexista más allá de casos flagrantes, como la violación múltiple ocurrida este pasado julio en Iruña o la violación y asesinato de Nagore Laffage, en 2008, cuyo autor está ya en la calle al cumplir la mitad de su condena. Y es hasta cierto punto normal que no se entienda porque la expresión del machismo está tan naturalizada que ni las propias víctimas, las mujeres, son conscientes veces de ello.
La consciencia no es algo que se nos regale. Desde que nacemos, las personas estamos programadas para cumplir con nuestras funciones en la sociedad. Hombres y mujeres somos educados en valores y papeles diferentes, y los tenemos tan interiorizados y vivimos tan mimetizados con nuestro ambiente que ni nos damos cuenta de que se trata de esquemas predeterminados.
Por eso, cuando una mujer es objeto de comentarios soeces por parte de un hombre y lo denuncia, muchos se escandalizan: ¿Qué pasa, que ahora no le podemos decir nada a una tía?, protestan ante algo que encuentran de lo más normal. Si le molesta, evidentemente, no. Porque entonces no se la está agasajando, sino acosando. Aunque no siempre ha sido así. La libertad tampoco se regala. Que «no» signifique «no» es una conquista del feminismo, ya que la cultura patriarcal otorga a los hombres el derecho de pernada sobre las mujeres, entre otros privilegios.
Está claro que cambiar esquemas es una tarea ingente. El sexismo está muy arraigado. No hay más que repasar los estudios sobre machismo entre la juventud, que sigue siendo alarmante a pesar de décadas de trabajo por la igualdad. Hay que seguir, pues, trabajando en temas de concienciación y de relaciones de buen trato. Sobre todo con ese colectivo, con las personas adultas del futuro.