Las urnas y las primaveras árabes

A pie de urna, desde las puertas de un colegio electoral, se pudo captar un detalle insignificante pero quizá trascendental si se miran las cosas a largo plazo. A media mañana, un ciudadano español de rasgos norteafricanos acompañó a dos mujeres jóvenes ataviadas con sus ropajes y velos árabes a depositar su voto como ciudadanas españolas.

Seguro que fueron muchas más a lo largo y ancho de Euskadi.

Era como la resaca de las pasadas Primaveras árabes, que protagonizaron en las plazas de Túnez, El Cairo, y muchas ciudades más, las mujeres. Las mujeres árabes, a las que muchos occidentales califican de esclavas sumisas y sometidas al varón, asumieron entonces la vanguardia del clamor por la democracia, y fueron las primeras víctimas de la represión que se desencadenó a continuación.

Las primaveras árabes han provocado las iras de sultanes y emires y sátrapas, apoyados por las empresas petrolíferas de Occidente, y han arrastrado al Mediterráneo a millones de seres indefensos que huyen de la guerra. Y las mujeres árabes, siempre al rescate, conducen a sus familias en busca de trabajo y de paz. Por el mar, a las puertas de las fronteras de la Europa del sureste.

Ellas, las mujeres árabes que votaron el domingo pasado en Euskadi, son como la espuma de aquella resaca de las primaveras árabes, que llega a la playa del colegio electoral y besa nuestros pies europeos.

Ellas son como una declaración de intenciones, una reivindicación de sus derechos, un compromiso de paz, una llamada a la fraternidad, la apertura de fronteras, a la convivencia.

Louis Aragon, poeta francés, canta en uno de sus poemas: “La mujer es el porvenir del hombre”.

Perdone, monsieur Aragón, que maticemos aquí: “La mujer árabe es la esperanza del mundo árabe, y su empeño nos garantiza un porvenir pacífico par toda la humanidad”.

Honorio Cadarso es periodista