Irresponsabilidad política

No toda la gente está hecha para lo mismo. Por eso hay muchas personas que desempeñan tareas inconcebibles para otras. Y eso está muy bien porque si no seríamos muchas más las que nos veríamos obligadas a hacer trabajos para los que no estamos dotadas o que directamente nos desagradan.

Se puede pensar que esto ya ocurre, que hay mucho incompetente por ahí. Es cierto. Sólo que a veces donde vemos incompetencia ésta sólo es reflejo de nuestra propia incongruencia. Otras veces, efectivamente, topamos con personas indolentes. Según la sabiduría espiritual, esta actitud también es producto de la inconsciencia.

Lo grave de estos últimos casos es cuando las decisiones de tales personas afectan al bienestar colectivo y, pese a las muchas evidencias de su incapacidad, se aferran a sus posiciones (habitualmente, privilegiadas) negándose a dar paso a individuos más idóneos para buscar ellas mismas otro lugar donde encajen mejor tanto en sus aptitudes como sus necesidades personales y vitales.

Este pasado fin de semana, varios comentaristas políticos han vuelto a poner en duda la capacidad del presidente del Gobierno español y su equipo para ejercer sus responsabilidades políticas. El motivo esta vez era que la Comisión Europea le ha impuesto una agenda de tareas destinadas a ¿estimular? la economía, entre ellas una nueva vuelta de tuerca a las condiciones laborales, recortes en las pensiones y más subidas de impuestos.

Reconocemos que las soluciones a la actual crisis no son sencillas. Pero lo que resulta inadmisible es que con 76.000 políticos profesionales que existen en el Estado español, según recuento del periodista Daniel Montero, las políticas tengan que dictarse desde Europa.

Tiene su explicación: así es más fácil endosar las culpas a terceros cuando se adoptan decisiones impopulares. Pero esta táctica está ya muy vista. Las personas a las que les toca administrar los asuntos públicos han sido elegidas y cobran no por desempeñar ese trabajo y por hacerlo bien.

Muchos políticos y políticas recuerdan a esas las personas adultas que viven y actúan como si fueran adolescentes, es decir, responsabilizando a la humanidad de todos sus males y eludiendo que sus desgracias son producto de sus errores.

Cuando andamos cerca de cumplir cuarenta años de la transición que dio paso a otros tantos años de franquismo, son muchas las voces que claman por una segunda transición. Es evidente que necesitamos cambios profundos. Pero quizá lo que precisemos sea empezar por una educación y una cultura políticas desde cero. Y es que cada vez parece más evidente que en estas cuestiones ni siquiera nos han brotado dientes de leche.

Mertxe Arratibel es periodista en andra.eus