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Cuando la violencia es algo real

Nos hemos acostumbrado de tal modo a las tecnologías que, cada vez más, vivimos una existencia virtual. Los acontecimientos se suceden vertiginosamente en las pantallas, sea del teléfono móvil, de la televisión o del ordenador, y todo lo que vemos a su través se nos aparece como ficción. Esto explica que ciertas realidades brutales apenas nos impacten.

Los estímulos externos nos provocan determinados estados internos y la intensidad de una vivencia es mayor cuanto más nos implica. Entre la pantalla y quien la contempla hay una separación que permite marcar una distancia, no sólo física, sino también emocional. Esta maniobra tiene sus ventajas: nos salva de sufrir demasiado en determinadas circunstancias.

El efecto se diluye cuando el relato se despliega en una atmósfera que facilita la identificación con los personajes e interiorizar sus estados de ánimo. A no ser, pues, que se produzca este tipo de adhesión, las vidas ajenas transcurren ante nuestros ojos con el desinterés con el que contemplamos una película de serie B.

El sábado dos mujeres fueron asesinadas por sus parejas en Madrid y en Valencia. Los agresores agredieron e hirieron de gravedad también a los hijos de éstas, un niño de 12 años y una niña de 12 meses. Se trata de una tragedia que se repite casi todos los fines de semana con un guión casi calcado.

Las componentes del grupo Andereak contra la violencia sexista nos concentramos todos los jueves a las 20.00 horas en Andra Mari para recordar que no nos libraremos de esta bestialidad mientras las mujeres sigamos sojuzgadas. Protestamos por una realidad muy poco virtual que se cobra demasiadas víctimas. Las cifras son verdaderamente escandalosas, pero parece que no lo suficiente como para conmover: poca gente nos acompaña.

El mismo sábado vivimos un ataque machista también en Durango. Una joven fue agredida sexualmente tras salir de una céntrica discoteca. La noticia sacudió las redes sociales y consiguió desplazar al tema del asesinato de la compostelana Asunta en los corrillos callejeros. Hasta convocó a partidos y grupos ciudadanos para formalizar declaraciones urgentes de condena.

Parecía que aquello fuera un hecho excepcional, cuando resulta que ocurren agresiones de este tipo continuamente, si bien la mayoría no trascienden. Se producen especialmente los fines de semana y en los ambientes donde las drogas (legales o no) forman parte del paisaje. Aunque no sólo. No olvidemos que los ataques no se deben a que el agresor esté fuera de control. Si tal fuera la causa, las víctimas no seríamos únicamente las mujeres.

Hace unos días hemos asistido a concentraciones y declaraciones institucionales de condena tras la violación de una joven tolosarra cuando volvía sola a casa de unas fiestas. Lo que también parecía un problema lejano, pudimos comprobar ayer que es de todas y de todos; que nos acecha a la vuelta de la esquina. Y ha sido la conciencia y la vivencia de esta cercanía la que nos ha hecho sufrir con la víctima, con su familia y sus amistades, y conmocionarnos con esa agresión como si la hubiésemos padecido en nuestras propias carnes.

Mertxe Arratibel es periodista en andra.eus

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