A vueltas sobre la indignación

Al final, después de que durante semanas “los indignados” se hayan granjeado la simpatía de gran parte de la sociedad, han terminado por indignarla. Porque sólo de indignante puede calificarse el hecho de que se agreda verbalmente y se acose a los representantes del Parlament, legítima y democráticamente elegidos, se les trate de impedir el acceso a su lugar de trabajo, e incluso, intenten robar sus carteras y, lo que es aún peor, el perro-guía del único parlamentario invidente de Catalunya.

Así, de un plumazo, un movimiento que nació pacífico, sin ideología reconocida alguna (aunque un buen amigo me insiste en que “los indignados” son mayoritariamente nihilistas), con la voluntad de convertirse en un instrumento de recuperación del “pueblo” en la vida política, y por mor de la desmesura y mala idea de un puñado de canallas, ha recibido una mortal herida.

Querámoslo, o no, la organización, y si es eficaz, mejor, de toda suerte de expresión reivindicativa, se erige en la piedra angular de la misma, y más aún cuanto más multitudinaria sea. Pese a que la mera referencia al vocablo organización, cause sarpullidos en los más vehementes, y a que se asimile por los adalides de la libertad, a una especie de inhibidor-limitador de ideas y acciones, debemos colegir, con cierto pesar, que la racionalización y la optimización de los recursos disponibles (que eso debería ser organizar, y no otra cosa) deviene en absolutamente necesaria, hasta para canalizar adecuadamente los mensajes que se persigue transmitir.

Y ha sido la desorganización la que ha conducido a que ciertos grupúsculos de “indignados” se aposten en los aledaños de las sedes de las instituciones, y acometan inopinadamente a los representantes políticos a quienes han convertido en el blanco de sus iras, consiguiendo, con ello una única cosa: que en lugar de que se hable de su mensaje, los medios nos hagamos eco de sus tropelías. Hablaremos más de los lanzamientos de huevos y cargas policiales y de los vuelos de carteras y políticos, y casi de canes, que de la rocambolesca situación que atraviesa el recientemente constituido Parlamento de la Comunidad Valenciana, copado en un 10% de los escaños por personas imputadas en delitos contra el patrimonio, o de los ingentes recortes que en ciertas políticas sociales se avecinan sobre los catalanes.

Y no será que “los indignados” no puedan organizarse, al menos tecnológicamente, porque en sus sentadas-y acampadas se ve, pese a su indignación y precaria condición, según dicen, mucho smartphone, dominio de las redes sociales, y hasta ropa de marca cuidadosamente conjuntada para crear el deseado look de “pijo dejado”.

Me gustaría quedarme, con todo, con la esencia que debe subyacer en este movimiento del 15 M; no con los efectos colaterales perniciosos inherentes al espontáneo modo en el que ha surgido. Pero creo, sinceramente, que salvo que la causa se organice convenientemente, y deje de lado ese estado de apertura hacia opciones infinitas y no determinadas, estará abocada, dada la espiral en la que se halla inmersa, a disolverse y a convertirse en pasto del olvido.           

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango