Renovación

Para las personas amantes de
los ritos, acabamos de empezar el
año. San Juan marca la llegada del
solsticio de verano y el tiempo de
renovar, de quemar lo viejo. Lo
que para los cristianos representa
la Pascua.

Tradicionalmente, el objetivo
era ahuyentar el infortunio y atraer
la buena suerte. El procedimiento
consistía en arrojar a las hogueras
los objetos inservibles. Pero
también, simbólicamente, aquellos
atributos propios que deseamos
que mueran. Según las
enseñanzas del cristianismo, se
trataría de deshacernos del
???hombre viejo??? (como sabemos,
para las religiones, las mujeres
pintamos más bien poco o nada)
para revestirnos del ???hombre
nuevo???, entendido como cualquier
ser humano.

Pero, ¿qué es renovar o
renovarse? ¿Participar en un
espectáculo al cual le atribuimos un
significado mágico? Los ritos, tanto
los cristianos, como los paganos,
tienen este simbolismo si sólo nos
quedamos en la superficie. Y
quedarse en la superficie es
esperar que alguien resuelva
nuestros problemas, sean otras
personas o entes abstractos.

Renovar no es dar una capa de
barniz a un mueble apolillado. Ni
arreglarse la cara con botox, ni
quitarse unos kilos de encima, ni
cambiar de casa, ni de trabajo. Ni
siquiera sustituir unas creencias por
otras. Hecho todo esto, la cuestión
de fondo vuelve a resurgir después
de un tiempo. Esto no es sino
maquear. O, como se suele decir
en referencia al quehacer político,
???hacer como que algo cambia para
que todo siga igual???.

Para que lo nuevo aparezca
tiene que morir completamente lo
viejo. Y lo viejo es aquello que ya
no nos sirve para ser, estar y
avanzar. Pero, como todo lo que
poseemos, incluso lo que no nos
gusta, nos da seguridad, pienso
que lo primero que hay que
abordar ante cualquier cambio es
el temor a la pérdida. Creo que
cualquier renovación pasa por
trabajar el miedo.

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Mertxe Arratibel es periodista en andra.eus