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Santos Arriandi

Not, we cannot

Resuenan todavía en los medios de comunicación y foros de opinión los ecos del discurso pronunciado por el presidente de los EE UU de América, Barack Obama, en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz, celebrada en Oslo, mientras escribo estas líneas.

No es extraño; las referencias a la ‘guerra’ (más de cuarenta) fueron más que las veces que el Premio Nobel de la Paz enunció la palabra ‘paz’, para así legitimar la necesidad del mantenimiento de las consideradas, a su juicio, ‘guerras justas’, en aras a garantizar la seguridad y el equilibrio del concierto internacional. 

No deja de ser algo extraño, por alejarse, ¡y cómo! del contenido de los discursos del Obama candidato a la presidencia de la ‘superpotencia militar’ del mundo o, incluso, del celebérrimo discurso de la Universidad de El Cairo del pasado mes de junio.

Y es que una cosa debe ser predicar, y otra, bien distinta, gobernar. Ha de resultar complicado recibir el Premio Nobel de la Paz, aun con una loable “gratitud y humildad”, cuando pocos días antes se ha acordado ampliar en 30.000 hombres el contingente militar norteamericano en Afganistán, cuando Irak sigue ocupada por estas tropas y cuando, ni siquiera, se ha conseguido desmantelar Guantánamo, o se ha tenido que reconsiderar la implantación del novedoso y ambicioso programa sanitario estadounidense.

Una cosa son las  meritorias, y aun valientes, genéricas declaraciones de intenciones, y otra radicalmente distinta su puesta en práctica. Las primeras son gratuitas y esperanzadoras, y su incumplimiento no acarrea al transgresor sino una pérdida más o menos acusada de sus niveles de popularidad, y para implantar las segundas es necesario, además de recursos materiales y humanos competentes, estar dotado de una determinación y una capacidad de esfuerzo, trabajo y liderazgo que permitan reconducir un conjunto de factores, de más que complicada armonización, en dirección a la consecución de concretos objetivos perfectamente predefinidos.

Y si esto ocurre en el concierto internacional, incluso con alabados gobernantes que se han hecho acreedores de todo un Premio Nobel de la Paz,  mucho me temo que la misma situación se reproduce en el contexto doméstico. Quienes ostentan responsabilidades de gobierno, si bien lanzan constantes y gratuitas proclamas de libertad, normalidad y progreso, y centran sus esfuerzos en librar poco fecundas guerras contra secundarios signos identitarios, no terminan de acometer con la exigida determinación los problemas reales que arrastra nuestra sociedad en estos tiempos de crisis.

Not, we cannot.

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