Los tres minutos del disco

De los niños nada se supo. Los hemos acostumbrado a obedecernos y se acercan a nosotros a la búsqueda interesada.

Estudian la historia de los vencedores, las matemáticas de Bolonia y la geografía del Conquistador del Fin del Mundo.

Les damos la Luna y aunque les oímos, muchas veces no les escuchamos. Hemos aprendido a trasmitirles los valores de la sociedad actual, quizás porque dejamos de lado otros pensando que no nos sirven.

Si asumen sus facultades físicas o intelectuales, se sienten presionados por sus padres y educadores para conseguir el triunfo (ganar un partido, lograr un sobresaliente en los exámenes, etc.)

Me pasó recientemente: -“…los padres de Lurdiñas están siempre encima, insistiéndole para que gane carreras porque puede hacerlo y porque es mejor que fulanita, menganita y zutanita”-me entero.

Mi respuesta: “-¿cómo se le puede exigir a una chica de 14 años triunfos en la carretera cuando todavía no ha aprendido a rodar dentro del pelotón?-“.

Y así, llegan a esa edad donde ya no valen las excusas, con un curriculum más o menos brillante y de repente se dan de bruces con la cruda realidad: -“sólo me enseñaron a ganar”-.

Y muchos de nosotros, nos sorprendemos al oír esto, algo que por otra parte, únicamente una persona madura puede aseverar.

-“¿Ah, pero no era de eso de lo que se trataba? Ganar es lo importante en la competición”-La vida lo es en muchos aspectos.

Sin embargo, no han sido capaces de sacrificarse un día por un(a) compañero(a), han cuestionado las decisiones de su director(a), se han frustrado porque después del primer triunfo no acababa de llegar el segundo, sin darse cuenta de que precisamente sucede porque todavía no han aprendido lo suficiente y lo necesario.

En cualquier faceta, triunfar es bonito con 15, 20, 30 años…pero, ¿qué queda después? Perdemos nuestro afán de superación, nuestro deseo de seguir aprendiendo.

Nuestro proceso se detiene si no entendemos que lo importante no es la victoria sino todo el camino que hemos tenido que recorrer para conseguirla: nuestra dedicación, trabajo, privaciones, sacrificio, esfuerzo. Y esto no se detiene ni es intermitente. No debe.

Aprender a ser feliz en el niño tiene que ser un proceso por el que necesariamente tenga que sentirse conectado con su entorno: ser compañero y amigo, mostrarse compasivo y apaciguador.

Debe valorar el entorno, lejos de simples definiciones o teorías y por lo tanto de manera reflexiva.

Aprenderse de memoria las tablas de multiplicar, la lista de reyes godos o el padrenuestro no le sirven al niño para resolver problemas reales que se le van a plantear a lo largo de su vida.

“Aprendimos más de los tres minutos de un disco que lo que jamás aprendimos en la escuela…” es lo que decía aquella canción contestataria.

Una auténtica objeción al sistema de aprendizaje académico, corroborada por la cada día más vigente corriente de educación holística.

!No retreat, baby, no surrender…!” (Bruce Springsteen).

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.