Ignorantes emocionales

Ha sido fascinante contemplar a Elizaveta deslizarse sobre el hielo en el Gran Prix de Barcelona. Un espectáculo soberbio, como el de quienes, como Cristo con la cruz a cuestas, todos los fines de semana otoño-invernales patean a ratos sobre un barro imposible con su bicicleta al hombro, en el tiempo que no circulan sobre ella.

“Cuando mi hija crezca lo suficiente, lo primero que haré será enseñarle a montar en bicicleta para que aprenda a guiarse por la vida” (Balzac).

Anatema, porque los libros sagrados narran que Eva nació de una costilla de Adán y por tanto “he aquí la esclava del señor”. A las mujeres les está vetado conducir, o manejar, como se dice por Hispanoamérica. Con un poquito de imaginación, esta cuestión se puede extrapolar a otros entornos: http://www.publicoscopia.com/opinion-sociedad-vidas-gentes-medio-ambiente-ciencias-salud/item/2759-hembrismo-feminazismo-mito-o-realidad.html

De tal manera que las religiones marcan las costumbres y de ahí surgen las creencias y los tabúes. Nos proporcionan el balancín con que atravesamos el cable de cabo a rabo sobre la pista del circo. El problema radica en que no hemos aprendido a utilizar la herramienta y eso puede provocar incidentes muy nocivos, tanto a nivel personal como a nivel social. Fácil es caer en la tentación, caer en definitiva, “…más líbranos del mal”.

Desde que nacemos nos llamamos como nos llaman, nos marcan el camino, y en función de nuestro sexo físico, nos orientan. Tampoco nos han preguntado cúal es realmente. Simplemente se certifica al comprobar si algo nos cuelga o no en la entrepierna. Ofrecer pautas para la construcción de relaciones igualitarias y democráticas basadas en el diálogo y la comunicación, deben ser tareas prioritarias en cualquier sistema político moderno que se precie.

La propia ignorancia emocional y también la ajena, junto a la no educación en estabilidad personal y salud psicológica nos sitúan sobre los esquís con los ojos vendados y unos auriculares que nos impiden ver, oír y escuchar lo debido. El fracaso es evidente.

Luego se encadenan toda esta serie de circunstancias y suceden barbaridades. Es muy peligrosa una persona desequilibrada. No sabe usar los útiles anímicos de que dispone y lo que consigue hacer con ellos perjudica seriamente, no sólo la armonía interior de los demás (la suya ya está alterada) sino también sus facultades físicas, a veces hasta extremos irreversibles como la muerte.

Somos analfabetos en empatía, en visión del otro, en manejo de recursos mentales. Añadamos a este déficit unas cuantas dosis de adrenalina y obcecación. Mezclémoslo con la enorme porción de la cultura que actualmente nos invade, creador de estereotipos que desde pequeños asumimos, y el resultado es una auténtica e injusta barbaridad.

Mi médico me aconseja que siga tomando los antidepresivos que me recetó hace tres años porque lo mío es genético. En fin… ¡Feliz Año Nuevo!

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.