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Cabras contra incendios

Acabamos el año 2015 con incendios devastadores a lo largo y ancho de la Cordillera Cantábrica, desde Galicia hasta el Pirineo navarro. Consecuencia de un otoño casi veraniego, en que el bosque y el matorral estaban resecos y a punto para la hoguera.

Los corrillos periódico-radio-televisivos y las tertulias de jubilados no hablaban de otra cosa: que si pirómanos asesinos prendiendo fuego al monte, que si cambio climático, que si..

Una cosa es cierta: los montes están llenos de maleza, zarzales y jarales, dejados de la mano de Dios y de los hombres, sin rebaños, sin pastores, sin leñadores. No hay pastores, y sin pastores no hay rebaños, ni siquiera quedan apenas labradores o campesinos, ni las tierras se cultivan. El campo casi casi se entra en nuestras ciudades y pueblos con toda su broza y su malezas.

Apenas estos días, un caserío de varias hectáreas a la entrada de un pueblo de nuestra comarca, donde en años no había entrado ningún rebaño, por fin soltó unas docenas de txalas que cortaron la hierba a ras de tierra. Días más tarde las cortacésped han pasado para cortar las malezas y arbustos. Al lado de esta finca descuidada, algunas campas habitadas por rebaños de ovejas exhibían un cesped fresco, limpio, bonito. Por fin, este terreno abandonado se ha puesto a tono con ellos. Ha sido una mejora para el acceso al pueblo desde la carretera 634, una notable mejora del paisaje.

Pero el riesgo de incendio de los montes no se remedia con máquinas. Un colectivo de vecinos preocupados por el sector rural debate en estos momentos la conveniencia de que el mismo Ayuntamiento, o la Diputación Foral, o el Gobierno vasco, podría contratar rebaños de cabras y ovejas para que se muevan por todos los montes en labores de limpieza.

La verdad es que el riesgo de incendios en la Cordillera Cantábrica, tradicionalmente cargado de humedad y con lluvias frecuentes era mínimo, y los incendios de bosques han sido muy raros y espaciados en el final del siglo XX y en este siglo XXI.

Pero todo el mundo admite que la naturaleza está de cambio, que estamos expuestos a un “efecto invernadero”, y que el riesgo de incendios es cada vez mayor.

Contar con un número suficiente de rebaños con una plantilla de pastores que los conduzca por todos los senderos y mantengan los montes limpios, sería probablemente una inversión muy rentable, que ahorrarían a la Hacienda pública y a los ciudadanos los gastos, daños y perjuicios que ocasionan los incendios forestales.

Es cuestión de números. Y por encima de los números, es una cuestión de estética. Dice el místico poeta aquel que “Mil gracias derramando-Pasó por estos bosques con presura-Y yéndolos mirando-Con solo su presencia-Prendados los dejó de su hermosura”.

De poco sirven los parques natrales declarados por lel Estado y las Comunidades autónomas, cuyo alcance geográfico es más bien limitado. Los incendios se producen dentro y fuera de los parques naturales.

Místicas aparte, el monte no puede ser monte visitable, habitable, explotable, si no siente cerca de sí la mano del hombre, las pisadas y el abono del ganado, y el cayado del pastor.

Los pueblos necesitan policías municipales, y pastores forestales.

¿O no?

Honorio Cadarso es periodista

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