
Se dice que el mundo es cada vez más pequeño, con sus luces y sus sombras. Y esta pandemia ha mostrado uno de sus aspectos más negativos. El zornotzarra Ramón Zearreta cree que tras el coronavirus habrá un antes y un después en la importancia que se otorgará a la ecología y al consumo de productos de cercanía, y defiende abordar las políticas alimentarias con el mismo ímpetu que el cambio climático.
Este ingeniero agrícola gestiona huertos urbanos en localidades como Iurreta y Berriz y es uno de los principales impulsores de su implantación en Durango y Amorebieta. “La globalización nos ha traicionado. Esa misma globalización que nos han impuesto las multinacionales y el gran capital y que nos ha acostumbrado a consumir productos fuera de temporada llegados de países exóticos”, denuncia.
Para Zearreta, es prioritario la defensa del producto de cercanía “y de la producción propia como la que tenemos en los huertos. Son proyectos necesarios para desarrollar una política de acción sana, de respirar aire limpio, de hacer un ejercicio ligero. Esto nos debe hacer recapacitar, y valorar la naturaleza que tenemos cerca como algo que hay que conservar y que nos puede dar frutos para una alimentación correcta. Sobre todo cuando se está haciendo hincapié en que el 80% de lo que comamos deberían ser frutas y verduras”.
No es una moda
Esta crisis debe reforzar, a su juicio, “el planteamiento de las políticas ecológicas respecto al medio ambiente, a saber lo que comemos, y sobre ofrecer una terapia ocupacional muy interesante. Los mayores porcentajes de mortalidad del coronavirus se da entre los 60 y los 80 años, una edad en la que están, en estos momentos, la mayor cantidad de los usuarios de los huertos. Teniendo en cuenta el plan que llevan de cuidarse, pasear y hacer ejercicio sano con la azada creo que los parcelarios van a pasar con pocas dificultades este virus”, confía.
Pero la iniciativa de los huertos urbanos “ya no son una moda ni un pasatiempo para jubilados. Estos proyectos van mucho más allá de un mero entretenimiento. Es el planteamiento de la cercanía, de comer algo que has cultivado tú o tu vecino, que lo has podido ver crecer y que está libre de toxicidades”. Algo más complicado de asegurar con artículos llegados desde miles de kilómetros de distancia en los que no hemos podido controlar su proceso productivo o el tratamiento de las plagas. “Los residuos que pueda haber en esos productos puede que no nos traigan una pandemia, pero nos pueden restar años de vida o acarrear problemas que no se ven, pero que nos acabarán afectando”.
Lucha biológica
Zearreta realiza un importante esfuerzo didáctico para explicar a los parcelarios en qué consiste una producción tradicional, “la de las generaciones anteriores a nosotros, siguiendo los patrones de la propia naturaleza: cómo se combaten las plagas con una combinación de aromas, con plantas que se llevan bien entre ellas… La lucha biológica, en definitiva. Hay que recuperar lo que ya existía hace 100 años, sin caer en la gran producción industrializada de todo tipo de mercancías”, defiende.
“Que no tengamos que sufrir una pandemia es algo que podemos corregir desde ahora. A nivel de pueblo, con estos proyectos creamos conciencia de producción de variedades que aguantan la climatología adversa de la zona, recuperando semillas de producciones rústicas con tratamientos ecológicos naturales para combatir pulgones u otros insectos que puedan mermar ligeramente la producción que tenemos entre manos”, insiste.
“Los huertos ecológicos ya no son una moda ni un pasatiempo para jubilados. Estos proyectos van mucho más allá de un mero entretenimiento”
Los huertos urbanos se han convertido, todavía en mayor medida, en uno de los espacios más sanos de las ciudades. “Con un bajón de la actividad de 12 días la contaminación ha bajado ostensiblemente. Eso nos ha hecho recordar que tenemos que respirar mejor, comer mejor, hacer ejercicio saludable. Estos proyectos son terapia ciudadana para todo el mundo y generan un consumo cercano de productos naturales del que eliminamos tratamientos químicos que dentro de 20 años puede que nos digan que no estaban suficientemente controlados”.
Por ello, opina que los ayuntamientos “no pueden desviar la atención a otras inversiones que dan rédito político pero no ayudan tanto en el planteamiento de ocio y vida sana como los huertos ecológicos. Unos proyectos en los que también es vital implicar a las generaciones más jóvenes”.
“Olvidémonos por un momento de grandes tecnologías y aportemos proyectos de futuro que nos eviten tener que arrepentirnos por no reaccionar a tiempo. Si ya tenemos la mentalidad del peligro sobre el cambio climático, hagamos lo mismo con la alimentación. Urge realizar pequeñas acciones y generar una conciencia ecológica para dejar un buen legado a nuestros hijos y nietos. Y hagámoslo antes de que llegue otra pandemia de una toxicidad mucho más peligrosa, a cuenta de sustancias que usan grandes multinacionales a pesar de haber constancia de que son tóxicas”.
Una pregunta para Ramón. Cuanto terreno haría falta para vivir de la agricultura. Es un tema que ha salido en casa, ya sabes estos día de confinamiento dan pa mucho hablar. Ezkerrik asko.
Para hortícola con 1000m2 de invernadero y 3000m3 de cultivo al aire libre… Pero hay que tener en cuenta que cada caso es particular, concretamente en el tema de las inversiones (terreno, almacén, riegos, invernaderos, material de cultivo, maquinaria, impuestos, semillas, abono…)
Aupa Ramón! 100% de acuerdo contigo. Haces un gran trabajo con los huertos comunitarios.