Me gusta y me fastidia

Ahora toca pagar a Hacienda. En realidad, pagamos mes a mes durante todo el año. Ahora toca declarar, y pagar más, o recibir en su caso de Hacienda un dinero que es nuestro y que le habíamos adelantado. A nadie nos gusta pagar, pero cuando un mal es inevitable nos queda al menos el recurso de intentar compensar nuestro disgusto buscando la parte positiva.

No me cuesta pagar impuestos cuando pienso en que mi aportación al fisco forma parte de esos cuantiosos recursos que la sociedad necesita para invertirlos en sanidad, educación, cultura y atención social. Me parece que merece la pena hacerlo cuando paseo por plazas, calles, bidegorris y jardines cuidados, cuando veo las rampas en las aceras para que todos y todas puedan moverse sin dificultad, cuando veo a los peques jugando en los columpios y toboganes, cuando circulo por carreteras cada vez más seguras, y, sobre todo, cuando algún amigo sin trabajo recibe dinero del paro o una persona anciana vive el final de su vida atendida con cariño y humanidad.

Incluso me gusta pagar porque me parece justo. Y me gustaría pagar más, porque eso significaría que he ganado más. Pagar impuestos me permite incluso quejarme y poder exigir. En definitiva, me gusta pagarlos cuando compruebo que ayudan a mejorar esta sociedad en la que vivo.

Pero también me fastidia pagar impuestos, sobre todo cuando compruebo que Hacienda no somos todos al enterarme de que más del ochenta por ciento de las mayores fortunas eluden sus obligaciones fiscales. Tampoco me gusta que mi dinero sirva para sufragar infraestructuras faraónicas que se cargan el medio ambiente y el paisaje, ni me gusta pagar impuestos camuflados a las eléctricas que construyen centrales nucleares. Pero lo que más me subleva es pensar que mi dinero pueda servir para matar, en Irak, en Afganistán o donde sea. Me repugna pagar un solo euro de los más de cincuenta millones diarios de gastos militares.

Pensar que mi dinero puede servir para “engordar” a los políticos y a sus partidos no me hace precisamente feliz, porque me parece un robo que con los impuestos, que ellos ordenan recaudar y que nosotros pagamos año tras año, se paguen sus campañas publicitarias y decidan sus “salarios”, indemnizaciones y compensaciones vitalicias. Y encima vamos a pagar la jubilación de los Roldán, Matas, Fabra, “el Bigotes” y demás sinvergüenzas.

José Ramón Arrizabalaga es ex-profesor de filosofía