La pena de muerte

El Estado de Virginia, en EE UU, ha ejecutado esta semana a la primera mujer en los últimos cien años. Estaba acusada de haber orquestado crímenes horrendos, pero no hacía falta más que contemplar su rostro, mostrado en periódicos y televisiones, para imaginar que, como se nos advertía, sufría un ligero retraso mental. Al parecer, tenía un coeficiente intelectual de 72. Con 70 le hubieran declarado incompetente. ¡Quién iba a pensar que un par de retazos de sentido común resultarían tan funestos!

Lo patético del caso no es que gente con la cabeza bien amueblada (legisladores, jueces…) arrebate la vida a un ser humano. Lo triste es que esto ocurra dentro de los límites territoriales de la primera potencia económica mundial y ‘faro’ de Occidente. Y que el caso de esta pobre desgraciada, Teresa Lewis, no sea una excepción.

Cerca de un tercio de países del mundo, 58, mantienen aún la pena de muerte, pero no todos la aplican sistemáticamente. De hecho, según datos de Amnistía Internacional, en 2009 sólo hubo ejecuciones en 18 países y de éstas la mayoría tuvieron lugar en China, Irán, Irak, Arabia Saudí, Yemen… y Estados Unidos. Es decir, que esta república federal constitucional, abanderada del respeto a los tratados internacionales, se tutea con estados que no entienden de Derechos Humanos. Andurriales donde mantienen el bíblico ‘ojo por ojo’ como ley de leyes. Entre ellos, descuella Irán que, con 388 ejecuciones en 2009, ha convertido los métodos de tortura y muerte más crueles en un circo romano, con lapidaciones, ahorcamientos públicos y hasta ejecuciones de niños.

Ha sido también noticia estos días que el régimen de los ayatolás ha conmutado la pena de lapidación para Sakineh Ashtianí por una condena a muerte por ahorcamiento. La presión internacional que las campañas de recogida de firmas han ejercido sobre el Gobierno islámico han conseguido salvarla de la acusación de adulterio. Ahora, para mantener la pena capital como sea, le imputan la muerte de su marido. Su desconsolado hijo clama que es inocente y ha suplicado ayuda a la Unión Europea con este apremiante mensaje: “No me quedan más lágrimas que derramar”.

Mientras, Irán acusa a la sociedad occidental de hipocresía por no haber impulsado acciones internacionales en favor de Teresa Lewis. Lo peor es que no le falta razón y evidencia hasta qué punto son selectivos nuestros prejuicios.

(Amnistía Internacional mantiene vigente su campaña de recogida de firmas a favor de Sakineh www.actuaconamnistia.org. Si casi medio millón de personas civilizadas hemos conseguido detener la lapidación de esta víctima de la intolerancia religiosa, podemos ahora evitar que no sea ejecutada por ningún medio)

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia