Jubilados sin vacaciones

De jóvenes les tocó pasar del caserío y las vacas a la fundición, o quizá segar a hoz, y luego emigrar… Ahora de mayores, agosto los ha concentrado en un hogar para jubilados en el que los wateres no tenían agua y se atascaban, y se han pasado días y días entre malos olores y suciedad para protegerse de la canícula de 10 de la mañana a 9 de la tarde. Y no solo ellos, también ellas, las otrara reinas del hogar, ellas, amamas con muchos años de servicio en sus hogares y los de sus hijos…

Les decían que el hogar está en obras en agosto, que el personal de servicio está de vacaciones… Y les dejaban el espacio mínimo para que pudiesen pasar la jornada a la sombra. Con los aseos atascados, marcadas las pisadas de idas y venidas a los servicios, cerrado el bar. Y ellos con su hamarretako traído de casa y su botella de vino peleón a escote…

En el exterior, el pueblo estaba desierto, y sus habitantes se tostaban al sol en las playas de Levante, o en viajes a Vietnam, el Caribe, New York o Praga. Porque muchos de sus conciudadanos se lo pueden permitir, “porque yo lo valgo”, “porque me lo he trabajado a lo largo del año duro, muy duro”.

Y ellos, con su hamarretako y su tintorro, con sus julepes o sus tertulias de horas y horas…

Y ellos, los jubilados que nacieron con la guerra civil y se criaron con las hambrunas de los años 1940, con sus equis años de cotización a Hacienda y a la Seguridad Social, recluidos en su hogar del jubilado, olvidados, marginados.

Y los gobernantes de aquí y de allá asegurando que España va bien, que la economía española crece más que ninguna otra de la Unión Europea, que la economía vasca está varios puntos por encima de las de las demás comunidades del Estado.

Honorio Cadarso es periodista