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Santos Arriandi

Izar, ehun urte geroago

Una exposición en el Centro Zelaieta de Amorebieta-Etxano desgrana ante nuestros ojos la historia-drama de una empresa metalúrgica que se creó en 1910, sometida a los avatares de la Guerra Civil, a una posguerra en que no había nada, a un boom de los años 60-70 que la llevó hasta tener una plantilla de 1.100 operarios, a la crisis de los 80 y 90, y a esta del 2000. Tras los primeros planos de la exposición como fondo de paisaje, se vislumbra la historia económica de Euskadi, y de su industria metalúrgica, y los interrogantes que proyecta un futuro incierto.

Sorprende encontrar en el centro de la muestra un botijo de barro blanco con el asa marcada por las manos cubiertas de carbonilla de los operarios que bebieron de él en otros tiempos. Un botijo que recuerda a los primeros extranjeros, belgas en concreto, los primeros clientes que vinieron a Izar a comprar las herramientas para comercializarlas y saciaron su sed de recién llegados con el agua de aquel botijo.

Hacia la mitad del recorrido aparece un segundo icono extraño: dos maletas de cartón de los años 60, imagen de los casi mil inmigrantes del sur y del oeste de España que vinieron a enrolarse en Izar al reclamo del boom industrial de aquellos años. Y no sólo a Izar, sino a toda la geografía industrial de Euskadi. Cientos, miles de trabajadores que han sido actores importantes de la evolución y del progreso de este país, y en muchos casos víctimas de las sucesivas crisis que han azotado al tejido industrial vasco.

Llama también la atención un tercer icono, al comienzo de la exposición: Un Belausteguigoitia, apellido de la familia que dirigió la industria entre los años 20 y los 80 del siglo pasado, aparece fotografiado con el famoso torero de los años 60 Manuel Benitez “el Cordobés”. Con su traje de luces junto a la rigurosa etiqueta del señor Belausteguigoitia, el torero cordobés marca el tono festivo y familiar de una empresa que, como muchas de las de aquellos tiempos, pretendía ser como una gran familia y se empeñaba en pintar la vida y el trabajo como una fiesta.

Todo empieza con una aventura más propia de una novela barojiana: Dionisio y Segundo Larrínaga, zornotzarras, rescatan del desastre en alta mar a un barco a punto de hundirse, y con el premio que la ley del mar les concede fundan una empresa de fabricación de herramientas de corte, que termina por instalarse en Amorebieta en los años 20. La empresa crece, se recupera más tarde del impacto de la guerra civil de 1936, toma parte en el impulso que dan a la economía del estado las primeras fábricas de camiones y coches: Pegaso, Seat, Renault, a los que abastece de herramientas de corte, ballestas, muelles y otros elementos, alcanza los 1.100 obreros en los años 60.

En vísperas de los años 80, se inicia el declive de la empresa. En 1984 se le calculan a Izar un capital de 2.000 millones de pesetas, pero la familia Belausteguigoitia se lleva todo el capital a México, y dejan a Izar a merced de los acreedores. Una huelga general en el año 1985 produce también un efecto muy negativo sobre los ritmos de trabajo y la red comercial. Desastre tras desastre, fracaso tras fracaso, los 200 trabajadores que siguen en plantilla se hacen cargo de la empresa, como Sociedad Anónima Laboral. Para entonces, para bajar de una plantilla de 1.100 a 200 operarios, se han producido dolorosos reajustes de plantilla que han afectado a un buen número de familias de Amorebieta.

Con el comienzo del nuevo siglo, Izar ha recuperado su prestigio de calidad como uno de los fabricantes de herramientas de corte de mayor prestigio en el mercado europeo y mundial. De las orillas del Ibaizabal y el centro del núcleo urbano se ha traslado a una nueva planta en el polígono industrial de Boroa.

Podría ser esta la historia de toda la industria vasca, la de una voluntad de hierro que se sobrepone a todas las dificultades,  va derribando fronteras y buscando clientes en todo el mundo, que sigue siendo fiel a sus orígenes y a su identidad pero al mismo tiempo se adapta, se reinventa cada día, asimila lo nuevo que le viene de fuera y produce ella misma nuevos métodos, nuevas tecnologías.

En el caso de Izar, en todo caso, se añade ese orgullo de seguir siendo Izar, de no haber bajado la persiana durante todo un siglo, y gozar en este momento de buena salud.

Honorio Cadarso es periodista

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