El descanso y los ritmos de la vida

A medida que envejezco -y esto es algo que inevitablemente ocurre segundo a segundo desde que nací- soy consciente de cómo mis fuerzas van menguando. Y vivo este tránsito como un viaje hacia la consciencia. Los sentidos, que son lo que nos conectan con el exterior, se van deteriorando con la edad, lo que, querámoslo o no, nos lleva a volcarnos hacia adentro. La naturaleza es sabia.

El viaje es una de las muchas metáforas con las que se identifica el curso de la vida. Yo la concibo como un desplazamiento sólo de ida en el que conviene bajarse en la estación correcta para hacer el transbordo adecuado y no perder ningún tren.

En los primeros años, es posible recorrer kilómetros y kilómetros de una tacada sin resentirnos apenas físicamente, aunque, si nos sumergimos en la corriente de la vida en lugar de ver simplemente pasar los acontecimientos, las contusiones emocionales son inevitables. Más tarde, el ritmo se ralentiza, lo que permite entretenerse en los caminos para disfrutar pausadamente de cada nuevo horizonte, y descansar sin prisas recobrando fuerzas para continuar.

En el día a día, nuestro periodo natural de descanso es la noche. Y no todo el mundo lo respeta. Necesitamos dormir un mínimo de siete u ocho horas diarias para permanecer en óptimas condiciones físicas y psíquicas, y parece que no se llega a alcanzar esa cota. Lo dicen las encuestas y lo evidencia el nerviosismo de la gente, buena parte del cual podemos atribuirlo a este factor.

El sueño es una cuestión de ritmos biológicos. Pero los seres humanos necesitamos, además, un descanso de entre 10 y 20 minutos cada hora y media o dos horas de actividad (para algo se inventaron el hamarretako, la siesta y la merienda). Y, en vez de respetarlo, llenamos la agenda de compromisos convirtiendo nuestras jornadas en una carrera agotadora que nos deja exangües para lo importante, por ejemplo, dedicar un tiempo de calidad a nuestras personas queridas para demostrarles que, efectivamente, lo son, y a satisfacer nuestras necesidades propias.

Ahora estamos o vamos de vacaciones y procuramos compensar en un mes lo que hacemos con dificultad en un año. Además, para bastantes personas, este periodo de descanso anual se convierte en una especie de anticipo de la jubilación. Aunque no falta quien lo emplea como ensayo de una improbable vida de millonario.

A quienes nos quedan unos pocos lustros para adquirir el estatus de pensionistas desconocemos si las cantidades que percibiremos a cambio de toda una eternidad de cotización nos alcanzarán para llevar una existencia mínimamente digna. Yo, por si acaso, me preparo para alargar mi vida laboral más allá de los 67 años, que es la edad a la que, de mantenerse la legislación vigente, me correspondería retirarme.

Trabajo, sí, pero procuro descansar también. Ah! Y lo acompaño de ejercicio moderado, consciencia y buenos alimentos. El mantenerse en buena forma no depende del todo de una misma. Pero, al menos, que no se diga que ha faltado voluntad de mi parte.

¡Feliz descanso!

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Mertxe Arratibel es periodista en andra.eus